El miércoles, en el Museo Guggenheim de Bilbo, mientras en el segundo piso se podía ver a David Hockney desvelando en un vídeo el proceso creativo de sus obras más recientes, en el pequeño auditorio de la planta baja, algunos de los mejores bailarines del New York City Ballet exhibían de cerca su trabajo en el espectáculo Stars of Ballet.

Un escenario intimista con el volumen de la música más leve y con más luz de la habitual permitieron al público observar de cerca el proceso de trabajo del bailarín: ver cómo los músculos se tensan y se aflojan, escuchar su respiración en un esfuerzo por mantenerse en equilibrio con el mínimo punto de apoyo y apreciar, incluso, el desgaste de las puntas que define la forma de bailar de cada artista. Lo que el público pudo percibir fue muchas horas de trabajo de estudio en una actuación colorida y vital. Esta forma de exhibición, que el museo muestra por quinto año consecutivo en Bilbo, se enmarca dentro del proyecto Works & Process, puesto en marcha en 1984 en el Guggenheim neoyorquino por la mecenas Mary Sharp Cronson, que a sus 90 años disfrutó de la representación en Bilbo y confesó ser una amante de la ciudad.

El programa alternó piezas clásicas y neoclásicas, y contó con un destacado elenco, como Tom Gold, los primeros bailarines del New York City Ballet, Jared Angle y Abi Stafford, y la primera bailarina del American Ballet Theater, Simone Messmes, además de otros jóvenes del cuerpo de baile del New York City Ballet, que demostraron que la frescura de la juventud no está reñida con una buena técnica, muy necesaria en estos tiempos. Igual que los dibujos que Hockney realiza en su iPad, la obra artística bien hecha, además de provocar la emoción, permite mirar de cerca y disfrutar del proceso. No puede decirse lo mismo de algunas de las obras que suelen colarse en los escenarios y museos actuales, de la mano de programadores que ocultan su falta de profesionalidad aprovechando la libertad artística de la era postindustrial.