La circularidad de las relaciones, los ciclos, los comienzos y los finales, la vuelta a los orígenes. La búsqueda de nuestro reflejo en el otro culmina en algún momento indeterminado que a veces somos incapaces de precisar. Las casualidades y los encuentros, las rutinas y la química. Poderosa química. Las relaciones de pareja son extrañas. Como las norias, nos pasean en círculo generándonos todo tipo de sensaciones y emociones, algunas más placenteras que otras. Sarah Polley presentó «Take this Waltz» en la sección oficial del Zinemaldia y estos días su película llegará hasta nuestras carteleras, supongo que sin hacer demasiado ruido. Observadora, inteligente, enérgica y amable, la canadiense es una de las poquísimas actrices de su generación que, además de ser un ejemplo como intérprete, tiene la osadía de dirigir una película y hacerlo bien. Su segundo largometraje, aunque persiga con ansiedad el preciosismo formal y se haga a veces demasiado evidente y empalagoso, ofrece algunos momentos realmente cautivadores. Su historia sobre la pareja nos sitúa al borde de la cama de los personajes y los hace vulnerables a las tentaciones y deseos que plantea la vida. El devenir existencial de la protagonista, que busca insaciable llenar los vacíos que aguardan en su camino vital, nos hace constatar lo difícil que es creer en el «juntos para siempre» cuando hablamos de amor o de sexo. «Y tú me llevarás hacia abajo con tu baile, a las piscinas que levantas con tu muñeca. Oh mi amor, Oh mi amor. Toma este vals, toma este vals. Es tuyo ahora, es todo lo que hay», canta y recita Leonard Cohen. Todo lo que hay, eso que llamamos amor.