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Aitxus Iñarra | Profesora de la UPV/EHU

La colonización de los centauros

«Cuántos somos. O mejor dicho, cuántos soy. Y quiénes». Iñarra plantea estas preguntas referidas a la naturaleza o naturalezas desiguales humanas, como han llegado a ser identificadas las «subespecies de individuos» que la manipulación de ciertos conocimientos genera. Afirma la autora que se trata de la desigualdad actual, «basada en la lesión de la dignidad humana», que crea privilegios e impide una nueva percepción de relaciones humanas simétricas.

Pero no hubo centauros, ni ha podido formarse en algún tiempo una sustancia con dos naturalezas y dos cuerpos, de heterogéneos miembros un compuesto; no podría existir una sustancia de fuerzas entre sí tan desiguales. [Criaturas de distinta naturaleza], que no llegan a la flor de la edad al mismo tiempo, ni en madurez ni en la vejez iguales, ni sus inclinaciones son las mismas, ni los abrasa Venus igualmente, ni comen los mismos alimentos».

En este texto de «De rerum natura» Lucrecio habla sobre la imposibilidad de que el ser humano en particular y los seres vivos en general puedan ser poseedores de una naturaleza múltiple. Es claro que si así fuera, entonces las formas de percepción y cognición serían diferentes. Pero ante la improbabilidad de tener más de una naturaleza, los humanos hemos imaginado en un pasado hibridaciones tan variopintas que abarcan todos los ámbitos de la naturaleza viva construyendo una naturaleza más flexible, una otredad más compleja y, a veces, reversible: humano-dios, humano-animal o humano-planta.

Como antiguos arcanos, esos relatos quedaron ya en el olvido. Y esa interconexión y diversidad mítica fruto del deseo, del deseo del otro, ha sido sustituida por una implicación cada vez mayor del individuo con la tecnología. Los todavía recientes vínculos con la máquina o con sus derivados dan cuenta de ello: robots inteligentes, la implantación de prótesis, chips... Sin embargo, la naturaleza humana, aunque enigmática, tiene sus límites prefijados, sus lugares vedados. Así nosotros, siendo parte de la naturaleza y estando vinculados a sus ritmos y a sus pausas, quedamos determinados por sus leyes, a pesar de que el individuo actual no se sienta atañido por aquella.

Pero las distintas concepciones de la naturaleza humana, tal como indican L. Stevenson y D. L. Haberman, conducen a diferentes ideas sobre lo que debemos hacer y cómo podemos hacerlo. Las creencias acerca de aquella se encarnan generalmente en los distintos modos de vida, representados por sistemas políticos, económicos o ideológicos. Ejemplo de ello son la utilización del cristianismo o la teoría marxista en una de sus versiones, o la filosofía existencialista de Sartre en su apelación de la ausencia de valores objetivos para la vida humana, para justificar la democracia liberal.

La variedad de los distintos discursos sociales, filosóficos, religiosos, biológicos..., sus verdades transitorias sobre el mundo y la naturaleza humana nos impelen a pensar y vivenciarnos más a través de adhesiones o actos de fe que a dedicarnos a la (auto)indagación y a la posibilidad de una comprensión directa. De este modo, un conocimiento suministrado que se muestra parcial e inestable es susceptible de ser distorsionado y manipulado a conveniencia, tal como hoy ocurre con la ideología del mercado. Y el destino que se nos reserva da lugar al desarraigo de nuestra propia naturaleza. Esta escisión se manifiesta compulsivamente en las relaciones humanas generando subespecies de individuos, puesto que se ha aprendido a identificarlos como naturalezas desiguales dentro de la misma especie humana. Es la desigualdad que tan bien conocemos en nuestros días. Basada en la lesión de la dignidad humana, genera privilegios y hace que cada uno ocupe un espacio diferente en función de las relaciones de dominio-subordinación.

Las fronteras de esas naturalezas son marcadas y nominadas en función de las diferencias generadas por criterios económicos, de raza, de estatus o saber,entre otros. El Otro como desigual, es siempre distinto en una relación de inferior-superior. Pero los que pertenecen a la categoría de subordinados son susceptibles de convertirse en objeto de aniquilación, de explotación económica y de desafección en la competitividad alimentada por la violencia de la jerarquización en los ámbitos laboral, étnico, religioso u otros.

Hoy el respeto al otro se extiende en los discursos sobre la diversidad. En ellos se aboga reiteradamente por el reconocimiento y la consideración al pluralismo cultural: distintas identidades, costumbres, estilos de vida... Sin embargo, la defensa del respeto y libertad del otro se muestra esquiva cuando representa un riesgo para el orden económico y no se ajusta al contexto de las relaciones socioeconómicas impuestas por los gestores del mercado global. Por esta razón se habla de la aceptación y la libertad del otro, de su cultura... siempre que ello no suponga la construcción de un nosotros real que aliente una nueva percepción de relaciones simétricas y el consiguiente cambio que se traduce en un diálogo real y una participación en idénticas condiciones en todos los ámbitos, incluido el económico.

S. Zizek lo expresa claramente en su libro «En defensa de la intolerancia»: «La radical despolitización de la esfera de la economía (la necesidad de reducir el gasto social...) se acepta como una simple imposición del estado objetivo de las cosas. Mientras persista esta esencial despolitización de la esfera económica, sin embargo, cualquier discurso sobre la participación activa de los ciudadanos... quedará reducido a una cuestión `cultural' en torno a diferencias religiosas, sexuales, étnicas o de estilos de vida alternativos y no se podrá incidir en las decisiones de largo alcance que nos afectan a todos».

La cultura de la desigualdad en su versión económico-cultural, generada y gestionada hoy por las corporaciones económicas y divulgada por los medios de comunicación, homogeneiza las mentalidades obstaculizando cualquier atisbo de reflexión discrepante. Ignora y boicotea la igualdad del ser humano como alguien dotado de conciencia que razona, imagina, piensa, siente placeres y dolores de idéntica manera que los demás y que, al mismo tiempo, se expresa de múltiples formas, en cuanto individuo diferenciado e interconectado con los otros.

Simultáneamente, en sus discursos se maloculta la imposición de preceptos y códigos que socavan la dignidad humana. La igualdad y la ecuanimidad se soterran bajo las palabras de diversidad y democracia, adquiriendo en la práctica un sentido antagónico a su sentido originario: ser diferentes pero en idéntica participación. Así, bajo la apariencia de la pluralidad se pretende encauzar la experiencia humana afiliando al individuo a valores como la respetabilidad, el rango, la valía, los modelos ejemplares a seguir, la necesidad de las jerarquías y la buena imagen. Modos de sentir y actuar que forman parte de una ideología depredadora que ha colonizado la mente humana y que entiende la vida como un lugar de combate perpetuo, en donde el triunfo del más apto se traduce como la victoria del más fuerte y la necesaria derrota del débil.

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