Raimundo Fitero
Carrillo
Lo confieso, hice una pintada que ponía «Libertad para Carrillo». Sus modelos de peluca crearon una escuela del buen comunista travestido en social-demócrata. Su integración en la transición como agente principal, su conversión al juancarlismo, llevaron al PC a la ruina, al desierto y a él a los altares de la reconciliación y el entreguismo. Dilapidó años de lucha clandestina de cientos, miles de personas comprometidas con un futuro mejor que pasaron penalidades, fusilamientos, cárceles y exilios, para colocar una manta de silencio sobre la memoria histórica y contribuyó al desastre actual de la política estatal con sus componendas, su voluntaria entrega al felipismo y se colocó en un pedestal, en una hornacina monárquica y seglar.
Fumando esperó la despedida. El Santiago Carrillo crepuscular era una muestra de lucidez, de análisis de la realidad desde un prisma muy personal, con un leve pensamiento de lo que podríamos llamar los residuos de aquel euro-comunismo que acabó implosionando todo lo que los partidos comunistas europeos habían contribuido para forzar a la derecha a perseguir ese objetivo del estado del Bienestar. Hoy parece una quimera, como diría el suegro de Urdangarin, pero siguiendo esa zanahoria se anduvo buenos trechos de consolidación de derechos de los trabajadores. Lo que se logró en la segunda mitad del siglo XX se ha fulminado en cinco años de falsa crisis.
Ahora muerto, las televisiones muestran su patita. TVE en su programa 24 horas cumplió de manera excelente su papel institucional. Monotemática su entrega, convocó al plató a viejos correligionarios, a amantes de madurez como Alfonso Guerra o Garrigues Walker que entraron por teléfono, y se escrutó su pasado, con la obsesión del franquismo en colocarle el caso Paracuellos como negación total de su personalidad. Era un tipo que caía bien, que tuvo una espléndida vejez, que fumó sin prisas, que hablaba con pausas, que forma parte de la historia del Estado español del último siglo. Las televisiones de la ultra derecha lo despacharon con odio, como corresponde, al igual que algunos diputados de la bancada azul que no le rindieron homenaje en el Parlamento.