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Jon Odriozola Periodista

Fray Carrillo

Si los comunistas tenemos como destino fatal el infierno por ser mala gente, nos queda el consuelo de saber que no toparemos en el Averno con la suegra ni con... Carrillo

Murió a edades bíblicas y con el pucho en la boca. Enterró a todos y casi la memoria. No fue promotor de la llamada «transición», pero sí contratista imprescindible en este edificio cimentado con aluminosis. Carrillo, como Groucho, hizo bueno el apotegma: «tengo estos principios, pero si no le gustan, tengo otros». Esos otros consistieron en renunciar a la «ruptura democrática» a cambio de una mezquina legalización. Desde luego, si los comunistas tenemos como destino fatal el infierno por ser mala gente, nos queda el consuelo de saber que no toparemos en el Averno con la suegra ni con... Carrillo.

Ya se ha escrito casi todo sobre él. Yo, simplemente, relataré una peripecia, apenas conocida y menos recordada, que tuvo como protagonista al Sr. Carrillo. Sucedió en noviembre de 1977, con el PCE recién legalizado. Carrillo fue invitado a dar una conferencia sobre el eurocomunismo (un engendro antileninista) y la democracia por la elitista Universidad de Yale. Coincidió, puta casualidad, con una huelga de trabajadores de la misma Universidad (personal de limpieza y mantenimiento que, por cierto, no afectaba a que las clases continuaran impartiéndose) que trató de impedir que Carrillo pronunciara su charla. Dicha huelga empezó en septiembre pero, vayapordios, se alargó hasta alcanzar la fecha en que Carrillo debía perorar. Incluso el secretario general del PC de EEUU, Gus Hall, le envió un cable pidiéndole que no viniera (que no fuera), a causa de la huelga de marras. Carrillo, ya con mucho callo, ni puto caso.

El día 15 de noviembre, ya en USA, Carrillo cruza a primera hora el piquete de huelguistas para dar su anunciada rueda de prensa. Los obreros le acusan de scab (esquirol). Al día siguiente, día 16, nuestro héroe, haciendo caso omiso por segunda vez del piquete de huelga que obstaculizaba la entrada, y bajo estrictas medidas de seguridad, entró en el Timothy Dwight College y conferenció a modo, con un par. Y ahora viene lo bueno. Preguntado Carrillo por los periodistas por qué había cruzado el piquete (se supone que Carrillo era comunista), responde afirmando su solidaridad con la huelga de Yale pero, al mismo tiempo, dice que el movimiento obrero en los EEUU no hizo nada para promover la democracia in Spain. Justo al contrario -reprocha- que los trabajadores españoles, que sí se posicionaron contra la guerra de Vietnam. Como los niños, hala, te chinchas. El líder de la huelga, atónito, flipando, dijo que las palabras de Mr. Carrillo eran una débil excusa para escaquearse de mala manera de la defensa de los trabajadores. Y añadió que buscaba el respeto de los capitalistas estadounidenses.

Ya digo: lo que cuento es irrelevante -pero significativo- dentro de las muchas zancadillas que este hombre ha puesto al movimiento obrero y comunista. Carrillo explicando las bondades de una «democracia» que, dos meses después, me detiene a mí precisamente por comunista. Y es que había comunistas como él y comunistas de mierda como yo, los que van al cielo entre alabanzas del gran capital, el supuesto enemigo de clase, y los incorregibles.

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