«Zuloak» es el fenómeno mediático del año en Euskal Herria, la película y el grupo musical del que todo el mundo hablan. Hay quien lo ha calificado de experimento, y vaya que lo está siendo, porque nunca antes se había conocido nada igual. A los que hacemos crítica de cine nos ha roto los esquemas, al no poder juzgar el nuevo trabajo de Fermin Muguruza según los esquemas convencionales de la información cultural. Hay mucho de sana provocación, de remover los cimientos, de revolucionar el papel de la mujer en el rock en euskara, de hacer divertido lo que hasta ahora era tratado con demasiada corrección política. El descaro de las protagonistas sirve para transmitir una vitalidad contagiosa, sin miedo al ridículo y al qué dirán, que ya iba siendo hora de desmelenarse en este país.

La presentación en el Donostia Zinemaldia, en horario nocturno, fue una confluencia entre la proyección y el concierto, porque de ambos hubo en la sesión del Principal. El impacto causado ha sido incluso más fuerte del previsto, y yo mismo me quedé sin palabras cuando vi el documental por primera vez, pero me enganchó tanto que tuve que verlo de nuevo para tener una opinión formada. Comprendo que haya gente que se arrugue, que le cueste soltarse al hablar de una película que se sale de lo corriente, siendo como somos de cortados. Por eso hay que valorar el atrevimiento de Arrate y el resto de las chicas, merecedoras todas ellas de un premio colectivo.