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Raimundo Fitero

A empujones

 

Los programas matinales de Antena 3 y Tele 5 muestran la cara más despiadada de la competitividad por una noticia de alcance. Cuando se descubre el cadáver de un niño desaparecido acuden con sus cámaras y reporteros y luchan a empujones para poder ser los primeros en entrevistar en caliente al portavoz de la familia. Es una escena que parece de teleserie de periodistas de televisión, pero que nos viene a recordar una vez más, que el ejercicio de la profesión periodística en los ámbitos pantanosos de los magazines deja mucho que desear en cuanto a sus fundamentos éticos, a sus métodos, a la explotación de la desgracia ajena, con mayor o menor morbo, pero siempre amplificando la importancia noticiosa de un hecho luctuoso que debería servir como mucho para una reflexión seria y para una información no tremendista.

Llegados a este lugar, entramos en un ámbito de duda, porque estas urgencias, ese prurito de ser los primeros, esa llamada de atención tan presionante sobre las audiencias, se hace por motivos económicos. Es decir, cada telespectador que se pasa de canal para ver esas primeras imágenes se traduce posteriormente en un argumento en la mesa de las negociaciones con las agencias de publicidad y con los anunciantes. Y del propio programa con la cadena. Por lo tanto, esa histeria de los reporteros de calle, en el caso que nos ocupa y en otros similares o de menor rango trágico, forma parte del actual estado de putrefacción televisiva.

Porque entre los profesionales de todas las categorías de programas televisivos, siempre existe una frase que lo justifica todo, o casi todo, y es que «el público es el único juez». O sea, si una serie como «La que se vecina» se considera desde la crítica como aberrante, casposa, cargada de tics de comedia rancia, con contenidos denigrantes, al mirar los resultados de audiencia, los responsables de esa serie solamente sienten pena por esos seres incapaces de saltarse sus prejuicios estéticos, éticos y políticos. Y lo mismo sucede con meter las cámaras y los micrófonos allá donde hay dolor, muerte y desolación, como eso da audiencia, queda claro que el juicio de la masa es de absolución.