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Raimundo Fitero

A la baja

 

La reflexión debería ser una de las pautas de comportamiento de todo aquel que debe elegir. ¿Carne o pescado? La dieta es muy importante, ¿vino tinto o blanco? En esta sistematización rutinaria de las convocatorias electorales, la ciudadanía se reserva el derecho de admisión de intoxicaciones, angelicales promesas o las mentiras más efervescentes. Pero es muy difícil ante campañas de baja intensidad como la que hemos padecido que la reflexión de la ciudadanía convocada vaya mucho más allá de su función colateral en el sistema democrático actual. Se nos llama a votar, y lo haremos, sin dudas, sabiendo a quién votaremos, pero quedando con la sensación de que estamos en un estadio intermedio entre lo real y lo ficticio. Entre lo que hay que hacer y lo que quisiéramos hacer.

Debemos especular con las encuestas y los resultados, intentar entender las claves que nos han hecho padecer una campaña tan anodina, tan etérea, tan inane. Es como si existiera un pacto de invisibilidad. Como si la memoria estuviera en un punto de reseteo, y que quizás, a partir del lunes, se vuelvan a poner en marcha todos los vectores políticos tan necesarios para poder mirar al futuro con un mínimo de esperanza. Se supone que todos los planes que ahora se han ocultado o se han enterrado en vaguedades, todo este uso asfixiante de lugares comunes y buenas voluntades se transforme en algo que ilusione al personal. El silencio provoca un ruido interior que a veces ciega. Las televisiones mantienen su partidismo intacto. No se ha avanzando en criterios de democratización, y simplemente se cumplen los requisitos reglamentarios con una frialdad burocrática que nos deja asustados.

Las encuestas advierten de la desafección de la ciudadanía con la clase política en general, pero me temo que después de esta campaña, aquí se agrave ese distanciamiento, porque se vive en un mundo atemporal, donde nadie lidera absolutamente nada, y se espera al cómputo de las papeletas para ver si se pueden cumplir los pactos ya comprometidos para que todo se mantenga en el mismo eslabón perdido de la evolución democrática. La intensidad política a la baja es el preludio del inmovilismo.

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