ELENA ARTIA | GUITARRA DEL GRUPO LAYO RASER
«No hablamos mucho de música. No se nos da muy bien la articulación verbal»
En 2008, Layo Raser, trío de Irun publican «Episodio I y II», un doble cedé denso y con el que regalaban unos tapones para los oídos. En la actualidad son novedad con «Europa», álbum con los sonidos más perfilados, pero igual de crudo, libre e imaginativo que su antecesor. Han publicado en vinilo, solo 110 copias que desaparecerán con la gira peninsular que inician este fin de semana.
Pablo CABEZA | BULBO
Layo Raser no es una de las formaciones más populares de la escena; de hecho, pertenecen al lado oscuro de esta, desde donde escriben la parte de la historia correspondiente a los músicos más valientes, voluntariosos y descarados. Su disco «Europa» se vende a 10 euros y es un vinilo con cedé incluido. En sus giras, como la que emprenden ahora mismo, se conforman con «empatar» en la cuenta de resultados.
Jon Sánchez, bajo, y Elena Artia, guitarra, llevan tocando juntos desde hace quince años, por mucho que en la foto parezcan unos críos. Con su primer pálpito musical se inventaron Blue Cave, que ensayaba en Lanetik Egina, de Hendaia. En esa localidad ganaron un concurso, lo que les facilitó la grabación de la demo que titularon «In a box», editada en casete. Elena cantaba y aún no sabía tocar la guitarra, hoy doblega y retuerce su Gibson con autoridad.
En 1997, con la ayuda de Jose Elizalde y Juankar Ribero, se presentan al concurso pop-rock de Donostia, compitiendo con La Oreja de Van Gogh. Poco después se cambian el nombre: Woody Allen les regala Ze-lig. Dos años más tarde abandonan Jose y Juankar y el resto se traslada a los locales del barrio Mosku de Irun, donde continúan. Allí se juntan con Txemari Leiza (batería de Anti-Régimen) y con Mikel Goñi, que ensaya al lado. Desde ese instante su música comienza a enreversarse, los compases se complican, se evitan los estribillos evidentes. Durante varios años se funciona como Ze-lig, pero el espíritu incandescente de Layo Raser ya está penetrando en sus conciencias. Por trabajo o por viaje, el caso es que otra vez se quedan sin dos componentes, Txemari y Mikel, aunque antes del desenlace dejan grabada una nueva demo.
Elena y Jon continúan con los ensayos, pero suben intuitivamente el volumen de los amplis y aumentan la distorsión. Sus conciencias se van ensuciando. Ruti Strubell les ayuda en el nuevo mundo feroz y carnal, pero tiene que llegar Fortun, batería, para que el grupo se estabilice y sea un colmillo clavado en el muslo del rock. Debía ser 2006.
¿Dialogan sobre la composición o estas bestialidades surgen en silencio?
No hablamos mucho de música. No se nos da muy bien la articulación verbal. Solo creamos. Esto, que suena muy bonito, a veces se puede traducir en falta de comunicación, cosa que puede llevar a decepciones, frustraciones y malentendidos, pero no es el caso de Layo Raser. Jon y yo llevamos tantos años tocando que apenas nos hace falta hablar.
Los jóvenes no crecen entre canciones instrumentales.
Por mi parte, de pequeña escuchaba la música de mi hermano (disco-electrónica de finales de los 80) me encantaba Alphaville. Y escuchaba también la música de mi hermana (Bad Religion, Ramones...). De adolescente flipé mucho mucho con Pixies y con Sonic Youth. Ahora mismo soy fan de Bjork, Feist o Gojira. Vamos, que no hay por donde pillarme.
¿Instrumentales porque es más cómodo que buscar melodías y estribillos?
No, para nada. La voz muchas veces tiende a eclipsar la música. Nosotros queríamos que la protagonista fuera la música y nada más. Es curioso como la sola presencia física de un cantante puede atenuar la atención que se presta a la música.
Se defiende muy bien con la guitarra.
Un amigo me enseñó los cuatro acordes abiertos en su guitarra española y lo demás lo aprendí sola. Se aprende mucho observando. Me ayudó mucho el haber estudiado solfeo y piano. Pude relacionar lo aprendido y convertir teclas en cuerdas experimentando y echándole morro. Me gustó la guitarra, porque, después de estudiar tantos años de piano, me di cuenta de que la guitarra es un instrumento muy agradecido. A nada que sepas cuatro acordes, puedes tocar un millón de canciones. Y yo siempre he sido de esforzarme poco (sonríe). Desde que empezamos con Ze-lig le cogí el gusto a escapar de lo evidente, de las estructuras calcadas una y otra vez, de los compases cuadrados y de las rimas consonantes. Esto me llevó a intentar buscar la originalidad y a salirme de los estándares de chica con grupo o grupo con chica.
¿Qué tipo de cultura tienen y qué les lleva a esos títulos tan poco comunes?
La responsabilidad es exclusivamente de Jon. En los últimos años ha estado muy interesado por el universo, las estrellas, agujeros negros y esas cosas. Así que le hemos dejado canalizar su obsesión poniendo nombres «galácticos» a los temas. El título del disco, «Europa», no se refiere al viejo continente, sino a una de las cuatro lunas de Júpiter.
Han fabricado solo 110 elepés, ¿por qué en soporte vinilo?
Nuestros padres (en mi caso hermanos mayores) compraban vinilos. Han formado parte de nuestra vida. Queríamos darle a nuestro disco un valor añadido y hacer una edición elegante. Una no saca un disco todos los días. Solo son 110 copias numeradas y con las que regalamos una copia en cd, ¡pero estaremos encantados si las vendemos todas! Seguimos la filosofía de háztelo tú mismo. No hay intermediarios en este trabajo. Nosotros ideamos, grabamos, producimos, distribuimos y promocionamos nuestro disco. Ademas, se puede descargar desde nuestro bandcamp.
«No hay intermediarios. Nosotros ideamos, grabamos, producimos, distribuimos y promocionamos»
«El primer disco fue muy instintivo; en este hay más intencionalidad a la hora de buscar un resultado concreto»