Iñaki Egaña | Historiador
Día de reflexión
La ley electoral española lo exige, pero nadie lo cumple. Los medios de comunicación siguen sirviendo de voceros a banqueros, los marginados del sistema no tienen su día de excepción, el video no entra en los calabozos policiales mientras los atrasos en el pago de las hipotecas lanzan los intereses hasta el impago. Las consonantes se agigantan únicamente en las ciudades del neón.
Ni siquiera en nuestro país debemos rellenar el expediente. Entre Kanpezu y Zuñiga apenas hay diferencias de colores, ni entre el euskara de Betelu y el de Lizartza, como no las hubo entre el de Ereñozu y el de Arano. Pero los unos deben «reflexionar» sobre la intención de su voto del domingo y los otros esperar la caída del imperio urdido por Barcina.
Las orillas del Bidasoa extienden la esquizofrenia, fraccionando en Endarlatsa a los habitantes de nuestro país entre reflexivos, aspirantes y degradados. O lo que es lo mismo, vascongados, navarros y vascofranceses. Otros caudales nos dividen entre los de Sestao, los de Peralta y aquellos de Atharratze. Y, sin embargo, apenas nos separan entre sus mojones unas leguas, esa distancia que una persona puede caminar en una hora.
Jamás supe si Pagola estaba en los altos de Nuarbe, a la sombra de Urdiñarbe, junto al ocre de los montes de Triano o en las riberas del Bayas, en Kuartango. El nombre de Izarra se me hacía familiar en cualquier rincón de mi país y, sin embargo, durante años he tenido que enseñar credenciales para alcanzar sus rutas, tanto al este como al oeste. Nunca votamos juntos y, por lo que parece, el día de reflexión salta de mata en mata, como pasos de Xangarin, el buhonero que nos legó Xaho.
Hombres y mujeres, convertidos en ciudadanos y ciudadanas de la CAV, votarán el domingo las opciones para el futuro cercano. Tienen un día, hoy, para reflexionar sobre el voto, que otros hombres y mujeres, vascos también, no podrán ejercer. La autonomía y la frontera, no la de ladrones y contrabandistas sino la de conquista, ejercerán, paradójicamente, de muro de contención.
Elecciones de futuro, consulta para romper bloqueos. Pero también día grande para rescatar nuestra lengua del pasado, como esas tres crónicas que nos han golpeado, con su recuerdo, durante esta semana. Cuatro con la que mañana construiremos en los recodos de Zizur, con la lingua navarrorum de cartularios, conventos y mercados, presente en esos mismos que un día leerán nuestro responso. El vínculo con el provenir a partir del ADN superviviente.
Somos desconfiados, por naturaleza. Y por eso, nuestras reflexiones no son fruto de 24 horas. Esta semana que se va, nos ha dejado el poso del pasado. La primera de estas crónicas reflexivas ha sido la del 25 aniversario de la muerte de Tomás Sankara, aquel presidente de Burkina Faso, «la patria de los hombres íntegros», que llenó de ternura la antigua colonia francesa, y pregonó que, más allá de la vida miserable, puede existir la vida sin miseria. Hay que descolonizar nuestro pensamiento, dijo.
La verdad es que Sankara sigue siendo un perfecto desconocido, a pesar de que se comprometió, poco antes de ser asesinado por los penúltimos mercenarios de la guerra fría, a recoger exiliados vascos que huían de la tortura, del GAL y de la Policía española. Sólo por eso habría merecido unas líneas en la prensa canallesca que nunca tuvo, aliado de la causa vasca, de esa causa que se mece entre las orillas del Bidasoa.
Esta semana, asimismo, nos golpeó uno de los episodios más sórdidos de la «joven democracia española», el aniversario del secuestro de Joxi Zabala y Josean Lasa, a quienes aprehendieron y torturaron para obtener el domicilio de otro refugiado al que también mataron por venganza.
Joxi y Josean fueron encerrados clandestinamente en sede del Gobierno español, en una operación dirigida por un general de su Ejército verde y avalada por el gobernador guipuzcoano, militante del Partido Socialista Obrero Español. Demasiadas letras para la democracia. Sus cuerpos aparecieron 12 años después. Pero no recibieron la paz que merecían. La familia fue apaleada por tropas de élite autóctonas al servicio de la metrópoli cuando fue a recoger los cadáveres al aeropuerto.
Y esta reflexión, al margen del desprecio a la vida y a la muerte de que hacen gala los aparatos del Estado, al margen de los indultos encadenados a los servidores de la monarquía parlamentaria española, me trastoca el sentido de la proporcionalidad y me sitúa en entredicho lo relacionado con conceptos relacionados con la aplicación y por extensión conculcación de los derechos humanos.
Es evidente que las dos partes más notorias del conflicto han conculcado los derechos humanos (estados y ETA): muertes, secuestros, extorsiones... Pero incluso aquí la diferencia es abismal. Y no me refiero a la tortura física (Euskal Memoria está a punto de concluir el primer trabajo de conjunto de estos 40 últimos años), sino a la escenificación.
¿Se imaginan actos vandálicos contra los recuerdos de sus víctimas, tal y como hacen con las nuestras? ¿Se imaginan el apaleamiento de los familiares de las victimas del 11M en la Castellana o en el cementerio de La Almudena? ¿Se imaginan utilizar los fondos financieros del Ayuntamiento de Bilbo para perseguir, secuestrar, torturar y matar a los empresarios que huyeron a Benidorm para evitar el llamado impuesto revolucionario? ¿Utilizar la Alhóndiga para rematarlos, después de haberlos traído desde Alicante en una furgoneta municipal?
En estos días también ha sido motivo de reflexión la muerte de Fran Aldanondo, su aniversario. Por la espalda, como un conejo mientras huía monte arriba, en Izaskun, de la Guardia Civil. Aldanondo había sido el último preso del franquismo. La sugerencia es evidente. El Estado superó la época a su manera, amnistiando a los suyos e indultando a los que habían sido sus enemigos que, por razones de guión, siguieron siéndolo. Unos y otros mantuvieron la apuesta.
La Guardia Civil que detuvo a Fran Aldanondo y mató a Sebas Goikoetxea y Nikolas Mendizabal en los estertores del franquismo tenía el mismo diseño que la que acabó con el propio Fran en la transición democrática. De la misma manera que el militante en época franquista que era Aldanondo mantuvo su condición en la democracia española.
Algo que me empuja a pensar que no son tan trascendentales las épocas, sino las actitudes. Para unos y para otros. Es evidente, por ejemplo, que la política penitenciaria de la democracia española es mil veces más regresiva que la franquista. O que la convicción de los que apostaron por las armas para evitar la asimilación tanto española como francesa ha sido más militante y consciente en las últimas décadas que durante el franquismo.
Por último, la jornada de mañana me provoca, como señalaba, la última reflexión. La intención de mi voto. Pero también la del euskara. Jornada grande en el Nafarroa Oinez, adonde asistiré después del encuentro con la urna. Una apuesta por el euskara en las mismas fechas en las que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos condena a España por no investigar la denuncia de tortura de Martxelo Otamendi, director del vapuleado «Egunkaria».
Y quiero traer la reflexión sobre el cierre del diario en euskara para llevarla al periodismo, el que se ha hecho en nombre de la España eterna. Resuenan todavía las palabras de German Yanke, viejo periodista bilbaino que ha pasado por «El Correo», «El Mundo», «Abc» y la Cope: «A Marcelo Otamendi (Martxelo, dice él en un idioma raro, que no es vascuence) le conozco hace tiempo. Habrá quien crea todavía que estamos hablando de periodismo. Otamendi ha demostrado que no es sino un desgraciado agente de la dictadura etarra y el custodio, en Egunkaria, de las operaciones financieras de ETA. Está tan en el ajo terrorista que, sumiso y evasivo, sabe a quién acudir, como si siguiese leyendo el manual del terrorista: al amigo, a Ibarretxe, el que les financiaba».
En fin... reflexiones en un día reflexivo para los vascos occidentales. Como decía el poeta argentino Juan Gelman, que todavía busca a sus hijos desaparecidos y a su nuera Claudia Iruretagoyena, «obligaremos al futuro a volver otra vez». Gelman encontró a su nieta, nacida en cautiverio y secuestrada por la dictadura. Y recuperó el futuro, tal y como lo haremos, más pronto que tarde, en este nuestro país que hoy pasa por ser de reflexivos, aspirantes y degradados. Y mañana, espero, únicamente de hijos e hijas de Euskal Herria.