Un antes y un después en nuestras vidas, y en el país
Hoy hace un año, ETA decidía en respuesta a la demanda de la Conferencia de Aiete el cese definitivo de su actividad armada. No debió de ser una decisión nada sencilla de tomar. Su significado y sus implicaciones fueron de tal calado que para muchos ciudadanos de Euskal Herria fue un antes y un después en sus vidas. Vidas marcadas de por vida, vidas quitadas y vidas entregadas a la defensa de un ideal. Hizo más libres a quienes vivían su vida como una amenaza. Otros muchos -en prisión, el exilio o en la clandestinidad- no pueden, todavía, vivirla en libertad, y para los miles de hombres y mujeres para los que la lucha por una Euskal Herria libre ha sido el eje de sus vidas supuso un cambio trascendental. La lucha armada en Euskal Herria ha marcado, de hecho, el carácter de generaciones enteras dando sentido a una comunidad activa y movilizada.
Con su decisión, ETA llevó a cabo, probablemente, su acción de mayor impacto político y transformador. Vista en perspectiva, contribuyó decisivamente a alterar la relación de fuerzas en el país, impulsó un cambio mental y de actitud que ha generado un enorme potencial de suma, una nueva ola de confianza en las posibilidades para la libertad de Euskal Herria. Fue, en definitiva, una contribución para cerrar bien, de manera acordada y ordenada, un ciclo agotado de negación y antagonismo mortal, y poder abrir bien, desde la acumulación de fuerzas y el protagonismo del pueblo vasco, un nuevo ciclo de confrontación estrictamente político y democrático.
La histórica decisión de ETA vino precedida por la no menos histórica Conferencia de Aiete. Tanto por los contenidos de la declaración como por el perfil altamente cualificado de los participantes, aquella Conferencia certificó el compromiso de la comunidad internacional como agente activo en la búsqueda de la paz, en la transformación de los parámetros del conflicto. Habían venido a Euskal Herria y lo habían hecho para quedarse. La hoja de ruta que trazó, que nadie debe convertir ni en un tabú ni en un talismán, explicitó con pragmatismo y sentido común los pasos a dar. A ETA le correspondía hacer lo que tres días más tarde anunció. A los Gobiernos francés y español, negociar las consecuencias del conflicto. A los partidos vascos, articular un diálogo adulto e inclusivo. Y a la ciudadanía vasca, la palabra final.
Desafío político masivo y de rebeldía
A un año vista, el balance ofrece claroscuros pero, a su vez, resulta muy revelador. Hoy está más claro que nunca dónde están los enemigos de la paz en Euskal Herria, quiénes tienen miedo a dirimir un conflicto en el marco de la política, con el diálogo civilizado. Quienes no han cumplido nada de lo que prefijó Aiete, los sectores que pretenden bloquear la consolidación de una nueva era embarrando el escenario y haciendo de la no-solución de las consecuencias del conflicto su única receta de solución, han quedado retratados. Este país sabe que nadie amenaza más un nuevo futuro en paz para Euskal Herria que quienes viven la paz como amenaza. Es muy consciente de la estrategia de bloqueo que pretenden imponer aprovechando la «ventaja competitiva» de tener las llaves de las cárceles; pero sabe también que, además de constatarla, es obligado diseñar una estrategia que la rompa.
Junto con los peligros, las oportunidades que se presentan para Euskal Herria han adquirido todo su relieve. El país es más fuerte y activo, las condiciones subjetivas y objetivas para la libertad son más maduras, y el horizonte de independencia más cercano que nunca. La lucha por el cambio social y una Euskal Herria libre está ya en una fase definitoria. Será un desafío político masivo, de rebeldía, articulado de abajo arriba y de arriba a abajo, en todos los frentes. Una cuestión de ambición y actitud.