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Philip Roth: «¿Si escribir es tan frustrante para mí, qué me ha llevado a seguir haciéndolo?»

A pocos meses de celebrar su 80 cumpleaños, el escritor estadounidense Philip Roth sigue siendo un eterno aspirante al Nobel. Aunque admite que si pudiera dejar de escribir, lo haría, sigue cosechando éxitos.

Teresa de MIGUEL - EFE | NUEVA YORK

«Tengo 79 años, ¿si (escribir) es tan frustrante y difícil para mí, qué me ha llevado a seguir haciéndolo? Y la respuesta es muy tonta, es que no sé cómo parar. Si pudiera dejar de escribir lo haría, pero no sé cómo hacerlo», explica Philip Roth en una entrevista en su apartamento en el barrio neoyorquino del Upper West Side. Con una voz suave que esconde la feroz ironía que se desprende de sus novelas, esta leyenda viva de la literatura describe como una «agonía espontánea» su proceso creativo, que arranca con un primer año de trabajo «difícil, frustrante y poco satisfactorio».

Roth va hilando puntada a puntada esas primeras ideas impulsado por un «afán de perfeccionismo». Luchando contra ese proceso agónico, este eterno candidato al Nobel ha publicado ya 31 novelas en las que ha escudriñado con maestría el alma humana y que le han convertido en el máximo exponente de la herencia de la gran literatura estadounidense. Roth publicó su primer libro, «Adiós, Colón» (1959), poco después de haber cumplido los 26 años, «por ambición, para ver si podía hacerlo y por un deseo de hacerlo tan bien como pudiera».

Desde entonces no ha podido dejar de ponerse a prueba a sí mismo escribiendo obras como «Pastoral Americana», con la que se llevó el premio Pulitzer y que precedería a «Yo me casé con un comunista» y «La mancha humana», que conformaron una laureada trilogía sobre la historia reciente de Estados Unidos.

Pero detrás de su prolífica carrera literaria se esconde un novelista que en muchas ocasiones se ha planteado dejar de escribir. «En los viejos tiempos ponía la mano sobre mi máquina de escribir y decía, `¿a dónde voy para dimitir, cómo renuncio?' Pero no hay ningún sitio».

La larga lista de premios que figura en su currículum, entre los que destacan el National Book y el Nacional de la Crítica, no le sirven de motivación para seguir escribiendo, pero sí para despertar al niño que uno tiene dentro, porque realzan su deleite por la sorpresa, el reconocimiento, la apreciación y un poquito de amor. Y su niño interior celebra ya un nuevo galardón, el Príncipe de Asturias de las Letras 2012 con el que se convierte en el cuarto estadounidense en obtenerlo, aunque su alegría se ve empañada por partida doble.

Debido a una reciente operación de espalda no podrá viajar hasta Oviedo para participar el próximo viernes en la ceremonia de entrega del premio Príncipe de Asturias de las Letras 2012 el próximo viernes -por cierto, ayer recibía el suyo, el de las Artes, el arquitecto navarro Rafael Moneo- y tampoco podrá compartirlo con su amigo, el también Príncipe de Asturias Carlos Fuentes, fallecido en mayo.

Si bien habla con gran admiración sobre escritores como Fuentes o sus coetáneos en la escena literaria estadounidense, donde hay una gran rivalidad, el autor sigue augurando firmemente la muerte del lector. «Seguirá habiendo novelistas que escriban, pero serán leídos cada vez por menos gente. Tiene que ser así, simplemente hay demasiadas pantallas. Dentro de cincuenta años habrá la misma gente leyendo novelas en Estados Unidos que la que lee hoy en día poesía del Renacimiento en latín», augura.

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