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LITERATURA | marie José Basurco, escritora

«'La exiliada' es mi historia, es la historia del pueblo vasco»

Marie José Basurco nació en Donibane Lohizune en 1947. Publicada en 2007, «La exiliada» (Txalaparta) fue su primera novela. Después vinieron las novelas «Sé fuerte, Lucía» y «El vals de la Oca» que ya han sido traducidas y publicadas por la editorial Txalaparta. También ha publicado «Nouvelles d'ici» y «Retour d'exil».

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Idoia ERASO | URRUÑA

«La exiliada» es la primera novela de Marie José Basurco, una novela autobiográfica escrita en 1993, que casi veinte años después ha sido traducida al castellano por la editorial Txalaparta. Años después de haberla escrito, aún emocionada por todo lo vivido, la escritora nos habla de lo que supuso aquella época convulsa.

A pesar de tratarse de su primera novela, ha sido la tercera que se ha traducido al castellano.

Jean-Louis Maitia llevó el libro a Txalaparta y a Josemari Esparza le pareció que era una novela demasiado femenina, demasiado íntima y que no era el tipo de lectura para el sur, a pesar de que tratase de la historia del GAL, de ETA y del franquismo. Le parecía que era «demasiado francesa», en el sentido que hay algunas realidades sociales específicas de aquí. Cuando leyeron «Sé fuerte Lucía» y el «Vals de la Oca» pidieron la traducción enseguida. Después de eso, al nuevo equipo de la editorial le ha parecido que era una novela que había que traducir y que tenía que leerse en el sur. Eso me hace muy feliz, el que la gente de Hegoalde lea lo que nosotros hemos vivido aquí. Mucha gente no conoce esa parte de la historia. Se habla del franquismo tal y cómo lo vivimos nosotros, las protestas por la central de Lemoiz o la Marcha de la Libertad. También estuvo el GAL, creo que es una parte que se conoce mal y nosotros la vivimos muy fuerte, vivíamos con la duda de quién sería el siguiente, hasta que hubo 27 asesinados.

Se trata de una novela autobiográfica. ¿Qué le empujó a escribirla?

Yo viví una historia de amor con un refugiado que fue asesinado en Hendaia. «La exiliada» para mí era un duelo obligado para no seguir buscando a Mikel en todas partes. Diez años después me encontré por casualidad en el lugar en el que Mikel había sido asesinado y todo mi dolor volvió, esa tristeza que había apartado. Esa misma noche volví a mi pequeña habitación y escribí la primera frase. Terminé el libro entre lágrimas. Era un recorrido difícil, pero a la vez me ha permitido ver mi vida de antes, de militante. «La exiliada» es mi novela más autobiográfica. Ha sido un gran dolor y todavía cuando pienso en él, pienso en lo que sería mi vida. El GAL ha sido la complicidad de dos Estados. Era un momento de mucho dolor, porque el GAL empezaba a matar por todas partes y yo esperaba una respuesta de que aquellos que nos habían prometido tantas cosas. Desde entonces no tuvimos ninguna duda que era la complicidad entre los Estados. A partir de 1983, no se veía ya a los refugiados, que hasta entonces habían formado parte de la sociedad. Yo he visto a Galdeano tirado en el suelo en un charco de sangre en Donibane Lohizune, con su hija pequeña encima y policías por todas partes que nos decían que no había nada que ver. Hicimos una manifestación espontánea y la Policía nos pegó, pero esas son historias que se conocen mal en el sur. A cada asesinato le seguía una manifestación.

¿Como se convirtió en una novela?

Yo no sabía que era una novela. La escribí porque necesitaba sacarla de mí, pero no sabía que se leería. Se la envié a Gilles Perrault porque vino a Ezpeleta por los refugiados políticos y había hablando muy bien sobre nuestro derecho a la autodeterminación. Le envié el libro sabiendo que si era malo me lo diría, pero cuatro días más tarde recibí una llamada en la que me decía que se encargaría de la edición y en la que me pedía humildemente hacer el prefacio, en el que termina con nuestro derecho a la autodeterminación.

Y después tuvo un gran éxito.

Es cierto que «La exiliada» se leyó mucho, creo que fue un éxito para los editores. Hubo artículos por todas partes, incluido «El Mundo Literario», en el que Laurence Delay dice que soy muy maniquea, que le hago propaganda a ETA y que son reivindicaciones políticas superficiales. Cuando leemos libros escritos por los judíos o los árabes, ¿no tienen ellos una percepción maniquea cuando hablan de su lucha? ¿No se trata de una demanda de justicia? Los intelectuales franceses piensan que los vascos son maniqueos cuando hablan de su historia, y cuando pedimos la autodeterminación. Ellos son jacobinos, esa es la razón. Esto me indigna, porque muchas veces me han dejado aparte cuando he denunciado la tortura en los círculos literarios. Cuando he estado en París o en Toulouse me decían que no se tortura. Hoy en día continúa: cuando Martxelo Otamendi habla no es maniqueo, es lo que ha vivido.

¿Qué cree que puede ofrecer a los que la vayan a descubrir ahora en castellano?

En Donostia, una profesora que acababa de leer el libro me dijo que era tan íntimo y tan fuerte y que la historia emocionaba tanto que ella misma estaba conmovida. Y me decía que al final había encontrado una escritura de mujer en una historia política que trascendía de las ideas políticas para dar otra dimensión a la lucha. Se trata de un combate que se paga con muchas lágrimas, y además ella decía que encontraba en la novela fuerza para continuar, la fuerza de las mujeres. Creo que las mujeres pueden hacer muchas cosas a la vez, al contrario que el hombre. Son múltiples, incluso en el combate. Sé que he sido muy criticada y mal leída por mis amigas las feministas porque digo en «La exiliada» «que entré en la lucha armada por los bellos ojos de un hombre». Esto es verdad y no porque coges las armas solo por eso, sino que también porque se cree que Franco no va durar y que la lucha es necesaria. Mi primer contacto fue con el proceso de Burgos, y ahí no hace falta un hombre para decirme cuál es mi lugar.

Es autobiográfica, pero una novela. ¿Cuánto tiene de ficción?

Cuento toda mi historia íntima, todo el juego de pequeña burguesa en el que entré. Parece que esté novelado, pero es verdad. He cambiado los nombres porque no quiero que se sepa quién es Mikel. En Mikel hay dos hombres: el amor que viví con un refugiado muy guapo y luego otra historia. También aparece mi padre, que me enseñó la identidad vasca y nuestra historia. También estaba mi madre, que hablaba en euskara con los baserritarras, pero a nosotros nos hablaba en francés. Yo tenía los dos mundos en casa. Es el espejo de la sociedad de la época de posguerra. Es mi historia, es la historia del pueblo vasco.


 

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