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Dabid LAZKANOITURBURU | Periodista

La guerra siria se libra en suelo libanés

 

Toda guerra, incluso la que se libra en el último confín del mundo, tiene su trastienda regional. En Oriente Medio, este axioma adquiere tales proporciones que es difícil distinguir dónde comienza y acaba el frente.

Desde el inicio de la militarización de la revuelta siria, el vecino Líbano es uno de los escenarios colaterales de esta nueva edición de la guerra de posiciones entre las potencias regionales.

La oposición libanesa, apoyada por la dinastía saudí, se ha convertido en el principal apoyo, en hombres, armas y retaguardia, a la rebelión armada siria que lucha por el derrocamiento de al-Assad.

Enfrente, el Gobierno libanés, dirigido desde la sombra por el todopoderoso movimiento Hizbullah -aliado regional de Irán- se ha convertido en un dique para impedir la caída de Siria.

El general Wissam al Hassann, muerto recientemente en atentado en Beirut, era un actor central en esta guerra y había reconocido abiertamente su papel clave en el auxilio de sus «hermanos suníes» sirios. Era jefe del servicio secreto de la Seguridad Nacional, un cuerpo creado ad hoc por la oposición suní prosaudí en el marco del delicado juego de equilibrios que caracteriza a la enrevesada política libanesa.

Su muerte es un doble aviso a navegantes de Damasco. De un lado, advierte que no permitirá que Líbano se convierta en su Talón de Aquiles, una admonición que cobra especial relevancia ahora que Turquía parece haber reculado y mitigado su ardor guerrero en favor de la revuelta armada siria.

De otro, recuerda que es capaz de incendiar en su caída al inestable País de los Cedros. Y eso es algo que pone los pelos de punta a las cancillerías occidentales.

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