NARRATIBA
Un «flâneur» parisino
Iñaki URDANIBIA
Se ha afirmado más de una vez que los grandes escritores siempre escriben sobre lo mismo; el arte consiste precisamente en hilvanar historias que, aun partiendo del mismo denominador común, resulten originales y diferentes. Un caso paradigmático de lo que digo es uno de los escritores franceses más destacados del actual panorama hexagonal, Patrick Modiano. Las constantes de sus novelas se hallan en la geografía parisina, en los tiempos pasados –el de sus progenitores– y en ciertas vergüenzas patrias relacionadas con los tiempos de la Ocupación. Siempre empeñado en la búsqueda de una genealogía, el «pedigrí», y habitualmente con historias que derivan hacia misterios y desenlaces inesperados, lo cual añade atención lectora a quien se acerque a sus historias; pues en Modiano las más de las veces las cosas no son lo que a primera vista puedan parecer.
Las calles de París son el escenario transitado una y otra vez y tales paseos han dado lugar hasta a alguna obra en la que se recorren los rincónes visitados por sus novelas ( Marie Lebey, “Oublier Modiano”, Lignes, 2012). La geografía urbana toma vida por medio de la escritura modianesca, y los transeúntes que frecuentan tales lugares, cafés, plazas y… callejuelas.
Paisaje urbano que asoma desde la misma cubierta del libro, en la que se ve la terraza de un bistrot. Lo dicho no ha tomarse, no obstante, como que la suya fuese una escritura localista, propia de una típica office de tourisme.
Dos novelas cortas, escritas en los noventa, son ahora presentadas unidas y en ambas el trabajo de anamnesis está servido, con su dosis de nostalgia melancólica planeando por entre las historias. En contra de lo que se dice incomprensiblemente en la contraportada, es en la primera de las nouvelles ( “Flores de ruina”) en donde nos enfrentamos desde las primeras líneas con el suicidio de una pareja en los años treinta.
Años después, el narrador trata de recomponer las circunstancias del suceso y los motivos que condujeron a los amantes (los T.) a tal decisión, para lo que recorre los últimos establecimientos –café y restaurante-baile– que visitaron, al tiempo que sus recuerdos de los rincónes re-visitados van a hacer que se encabalguen sus propias historias con las de los investigados y con el paso del tiempo, y sus consecuentes cambios, en la geografía urbana.
Este mecanismo de despliegue de historias, que se auto-alimentan las unas a las otras, también asoma en la segunda nouvelle presentada (“Perro de primavera”) en la que el escritor relata su relación con un fotógrafo que, de pronto, desaparece sin dejar rastro. El escritor, como avezado sabueso, no descansa y hurga por diferentes estratos de la realidad con el fin de atar los hilos que parecen absolutamente diseminados o disueltos. La paciencia y la astucia se complementan en una infatigable y obsesiva búsqueda y se contagian al lector que se ve obligado a prestar atención a los distintos pasos dados, que en muchas ocasiones funcionan como guiados más por un modelo rizomático que por uno arbóreo, y… donde menos se espera salta la liebre.
Los detallados paseos del autor de “Los bulevares periféricos” van fusionando el pasado y el presente (casi podríamos referirnos a ellos utilizando el plural) haciendo que nos veamos forzados a seguir las balizas que va colocando a lo largo de sus narraciones, como quien va dejando señales y pistas que sirven a quien las percibe como necesarias de cara a orientarse en los trayectos transitados.
Unos trayectos que se desarrollan en medio de los olores, los colores y hasta los sabores debidos a los cambios provocados por el paso del tiempo , traducidos en los terrenos comerciales o arquitectónicos. Todo ello con la habitual sobriedad de su prosa y con los tonos autobiográficos que se entrometen en las historias como pertinentes cameos.
El autor Patrick Modiano, paseante (flâneur) de la memoria, arqueólogo urbano de la Ville Lumière, siempre escribiendo con el retrovisor.