(Traducción: GARA)

«Amstrong no tiene ningún sitio en el ciclismo. Merece ser olvidado». Al escuchar ayer estas palabras en boca del presidente de la UCI, Pat McQuaid, nos hizo falta un largo momento de introspección para medir en su justo valor el peso de los años pasados, así como la amplitud del cataclismo anunciado. La comprensión nunca es ajena al estremecimiento, sobre todo cuando se trata del mayor escándalo del deporte moderno. (...)

Actor cínico de una época nacida de la metamorfosis del cuerpo mediante la sangre y la genética, Lance Amstrong puso en marcha «un sistema mafioso» para «asegurarse el secreto» sobre una organización gigantesca al servicio de un icono incomparable y sin igual. (...)

Con la «globalización Amstrong», el Tour se deshizo de su carácter onírico para convertirse en una máquina del espectáculo donde podemos leer la esencia general del deporte: un modelo reducido al ultraliberalismo. Celebrado por Bush y Sarkozy, la CNN y los televangelistas, por Nike y Drucker, Amstrong fue el símbolo del catecismo mercantil. No solo hizo trampas con un desprecio sin límites, sino que ha arrojado el mito del maillot amarillo a un american way of life revisitado por las necesidades de la época, la gloria, el dinero, el consumismo, el poder. (...)

¿Cómo no creer que algo, en lo que el dopaje en todas sus formas no es sino un mero avatar, nos ha traicionado? En peligro de muerte, el ciclismo vive la crisis más seria de su historia. (...) Dos peligros nos amenazan: creer que podemos cambiarlo todo y creer que no podemos hacer nada. El ciclismo sigue siendo una bella metáfora. A condición de no hundirse en la desesperanza.