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ANÁLISIS | ELECCIONES EN CATALUNYA

Artur Mas: «Tenemos un mandato muy claro, habrá consulta»

La derecha mediática no ha tardado en extender el fracaso de Artur Mas a un supuesto fracaso de las fuerzas soberanistas, algo desmentido por las urnas, que han premiado a las opciones más claramente independentistas y progresistas, pese a la importante movilización del electorado unionista.

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Beñat ZALDUA Periodista

Pasada la intensa noche electoral, el día de ayer dio pie a valoraciones más sosegadas de unas elecciones en las que la primera e ineludible pregunta es: ¿Cómo no fue nadie capaz de predecir el fiasco electoral de CiU? Encuestadores, analistas y periodistas se han pasado -nos hemos pasado- toda la campaña afirmando que la mayoría absoluta que pedía Mas sería muy difícil de conseguir, pero que no se quedaría muy lejos. La encuesta que más se acercó dejaba a la derecha nacionalista en 60 escaños. Y llegó el escrutinio y dejó a CiU con unos menguantes 50 diputados.

Encuestadores y analistas se han excusado señalando que la participación récord del 69,5% de los votantes dejaba cortas las muestras de las encuestas, igual que el alto porcentaje de indecisos que habrían decidido su voto en los últimos días.

Más allá de explicaciones, cabe señalar que se minusvaloró el efecto de los brutales recortes de CiU y PP, así como la guerra sucia practicada por el Estado español con el inestimable apoyo mediático de ciertos medios.

El resultado ha sido que la bolsa de votos que oscila entre CiU y ERC se ha decantado en esta ocasión por el segundo y el peaje a pagar por Mas han sido los 12 escaños que se han dejado por el camino.

Dicho esto, cabe repetir e insistir en que no hay que confundir la derrota de CiU con un fracaso del independentismo. Ni mucho menos. De hecho, más bien al contrario. Los electores han premiado a las opciones más claramente independentistas como ERC o la CUP y el saldo total de diputados a favor del ejercicio del derecho a decidir es de 87, uno más que en la anterior legislatura. Es menos de lo que se esperaba, pero frente a la indiscutible movilización del voto unionista, la sociedad catalana ha señalado claramente que su opción mayoritaria sigue siendo el proceso soberanista.

Esto debería tenerse muy claro en dos ámbitos. Por un lado en Madrid, donde tanto el Gobierno como la prensa identificaron el fracaso de Mas en las urnas con el fracaso del proceso emprendido tras la Diada del 11 de setiembre. Que no se confundan. Aunque lo harán. Para la memoria quedará el `tweet' de Pedro J. Ramírez durante la noche del domingo: «¡Quién nos iba a decir que en la redacción de `El Mundo' tendríamos la sensación de haber ganado unas elecciones autonómicas en Cataluña!». Un juzgado admitió ayer la querella de Mas e imputó a los dos periodistas responsables de la información contra Mas y Pujol por un delito de «injurias y calumnias».

Pero que las elecciones las ha ganado el soberanismo lo tienen que tener muy claro también en el entorno convergente, donde las dudas aflorarán tras el batacazo electoral. Así lo dejaba entrever el editorial de «La Vanguardia», máxima expresión mediática de CiU, titulado «Mas se complica el futuro».

Por supuesto que será complicado, pero los convergentes tendrán que analizar con hilo fino los resultados si no quieren que el próximo revés electoral sea todavía más duro.

Con la convocatoria de elecciones, Mas quiso capitalizar la manifestación de la Diada y liderar, con el mínimo apoyo posible, el proceso hacia el estado propio. Los catalanes le han dicho que quieren dicho proceso, pero que lo que no quieren son mesías y, sobre todo, han lanzado el mensaje de que tienen memoria, que no olvidan la nefasta gestión de la crisis.

La pérdida de votos no ha venido por el envite independentista, sino por la gestión económica. De hecho, es probable que lo que les ha salvado de un fracaso todavía mayor haya sido la respuesta nacional al maltrato del Estado. Si ahora reculan en este aspecto, se arriesgarán a perder una centralidad que todavía ostentan indiscutiblemente. Por sus declaraciones durante el día de ayer, cabe pensar que Mas es consciente de ello, ya que anunció la apertura de negociaciones para formar gobierno y señaló que la consulta sigue siendo el eje prioritario de la próxima legislatura.

Habrá que esperar a ver si la visión de Mas -un político que ha ligado su futuro político al proceso en marcha- es la que predomina en la federación nacionalista, sobre todo en aquellos sectores más reticentes como el empresarial o el encabezado por el líder de Unió, Josep Antoni Duran i Lleida.

Pactos a la vista. Como admitió Mas el domingo mismo, CiU no podrá mantener su política de geometría variable que durante la última legislatura le ha permitido aplicar los recortes con el PP y avanzar la agenda nacional con ERC e ICV-EUiA. No lo podrá hacer porque su mayoría es mucho más débil, pero sobre todo porque los ya maltrechos puentes con el PP han acabado de derrumbarse en la última semana de campaña electoral.

No hay que minusvalorar el nivel que puede alcanzar el pactismo convergente, pero acordar cualquier medida económica ahora mismo con el PP sería poco más que un suicidio político en toda regla.

Visto el escenario, todas las miradas se posan ahora en la ERC de Oriol Junqueras, flamante segunda fuerza con 21 diputados. El secretario general de CDC, Oriol Pujol, ya apuntó ayer que un pacto -habrá que ver si en el Govern o en el Parlament- es la vía más natural para garantizar la gobernabilidad en la nueva legislatura. Junqueras pareció de acuerdo con la idea, aunque desgranó sus dos condiciones: compromiso y agenda clara para ejercer el derecho a decidir y cambio de la política económica. Este último punto traerá más de un quebradero de cabeza, ya que Pujol ya avisó ayer que «seguirán recortando».

De esta manera, ERC se arriesga a tropezar por tercera vez en la misma piedra, que le condena a atravesar un desierto cada vez que apoya a una fuerza mayor para poder gobernar. Le pasó en 1984 con CiU y en el tripartit con el PSC. Sin embargo, y de rebote, si el acuerdo entre las dos primeras fuerzas llega a buen puerto, podría suponer una aceleración vertiginosa del proceso autodeterminista, ya que ambas fuerzas solo podrían presentar nuevas medidas de austeridad a cambio de avances sustanciales en la agenda nacional.

El otro improbable aliado de CiU para poder gobernar de forma estable sería el PSC, que cosechó los peores resultados de su historia y quedó relegado, por primera vez, a tercera fuerza. Sin embargo, el hecho de que la caída no fuese tan grave como anticipaban los sondeos da pie a pensar que tampoco será esta la ocasión en que los socialistas aborden una regeneración imprescindible. Es probable que las páginas más tristes del PSC estén aún por escribirse.

El frente unionista. Es cierto que el PP ha cosechado los mejores resultados de su historia en Catalunya. Sin embargo, el hecho de que en plena movilización del voto unionista solo hayan sido capaces de aumentar un diputado podría indicar que la derecha española está en su techo electoral en el Principat. Buena parte de la culpa la tiene Ciutadans, que ha sido quien mejor ha capitalizado el voto españolista y el voto desencantado del PSC. Este partido, surgido con el dramaturgo Albert Boadella como padrino, ha logrado abrirse un hueco con un discurso populista en lo social y con una beligerancia absoluta contra el independentismo, que ha acabado por quitarles aquella careta que se ponían en contra de todos los nacionalismos -son los principales abanderados de la cruzada contra el modelo de inmersión lingüística de Catalunya-. Con grupo parlamentario propio, podrán hacer más ruido, pero poco más. Cabe destacar, además, que pese a ser un partido españolista, no son un partido de obediencia española; es decir, es un fenómeno surgido en Catalunya, lo que tiene algo de interesante en cuanto a la configuración de un sistema de partidos estrictamente catalán.

La CUP entra con fuerza. Además del ascenso de ERC y de los mejores resultados en la historia de ICV-EUiA, con 13 diputados, el panorama de la izquierda nacional en el Parlament se verá revolucionado por la entrada de los tres diputados de la CUP. Pese a las halagüeñas previsiones que hicieron pensar a más de uno que llegarían al grupo parlamentario propio, cabe destacar el éxito de la Esquerra Independentista en unas elecciones en las que la alta participación hacía muy difícil la entrada de candidaturas pequeñas. Más aún con una campaña realizada «amb una sabata i una espardenya», que sin literalidad alguna se podría traducir como una campaña hecha con lo puesto, sin apenas espacio en los medios de comunicación.

Ahora se enfrentan al ilusionante reto de trasladar a sede parlamentaria una nueva forma de hacer política y entender la democracia, manteniendo un modelo asambleario sin que afecte demasiado la operatividad de sus tres diputados. También el reto de, más allá de hacer el hooligan, acompañar la impugnación a las medidas económicas del Govern con propuestas alternativas, que las tienen.

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