Mali: una operación al servicio de los intereses franceses
Un mes después del comienzo de la operación Serval, el conflicto maliense entra en una nueva fase tras el repliegue estratégico de los islamistas. Las tropas francesas seguirán allí oficialmente para luchar contra los restos de la guerrilla pero en el fondo se sitúa la siempre presente injerencia de la antigua potencia colonial en África
Jean Sébastien MORA Periodista
No habrá hombres en tierra, no habrá comprometidas tropas francesas», afirmaba François Hollande el 11 de octubre de 2002, evocando una simple ayuda material a las fuerzas malienses. El 10 de enero, la villa de Kona, a 700 kilómetros de Bamako, caía en manos de los combatientes islamistas de Ansar al-Dine y del AQMI. Los expertos aseguran que la capital de Mali no estaba amenazada, pero al día siguiente se ponía en marcha la operación Serval. El lenguaje utilizado por Hollande recuerda al del presidente Bush y su «guerra contra el terrorismo internacional». Tres meses después de que las autoridades francesas declararan que no querían intervenir suplantando a loa africanos, la operación Serval basculaba rápidamente a una fase ofensiva con el objetivo de reconquistar Azawad, en el norte del país.
«Saldremos rapidamente», afirma ahora Laurent Fabius, el ministro francés de Exteriores. Todo depende de lo que se entiende por «rápidamente» porque tras el repliegue de los yihadistas, asistimos a un giro en el conflicto. Los rebeldes islamistas han optado por una fase de guerra de guerrillas, multiplicando los ataques furtivos y los atentados, sobre todo en Gao, la gran ciudad del norte. Para París y Bamako «la otra guerra» ha comenzado, un conflicto asimétrico que consistirá en «asegurar» no solo la docena de villas del norte, incluidas sus tres «capitales» (Gao, Tombuctú y Kidal), sino la totalidad de las aldeas y sobre todo un desierto de 220.000 kilómetros cuadrados alrededor del macizo montañoso del Adrar des Ifoghas, donde aseguran se ha replegado una parte de los que ocupaban el norte. Los rebeldes islamistas no han dicho su última palabra, militarmente hablando, mientras que, de momento, las fuerzas malienses han marcado su impronta con sus prácticas de venganza arbitraria contra las poblaciones civiles «blancas», maures o tuaregs, prácticas parejas con su escasa capacidad para estabilizar la región. Está cada vez más claro que los militares franceses seguirán allí al menos hasta el final de la estación de las lluvias (agosto, setiembre), tras la que podría ser lanzada por los ejércitos de Mali y africanos una operación de limpieza de los macizos montañosos del norte.
El «padrino» de África
Si en los últimos meses la diplomacia francesa no hace sino contradecirse, por no decir abiertamente que camufla sus verdaderas intenciones, hay que recordar que esta intervención no se inscribe en el cuadro de las resoluciones de la ONU. Pero ocurre que en África, París, la antigua capital colonial, no tiene ni siquiera necesidad de inventarse falsas pruebas del tipo «armas de destrucción masiva» como tuvo que hacer la Administración Bush para declarar la guerra a Irak.
Francia sigue siendo el «gendarme de África», por no decir el «padrino» del continente. Francia es el país más intervencionista del planeta en el plano militar, antes incluso que EEUU: Rwanda, Chad, Djibouti, Costa de Marfil, Libia, Afganistán ayer, Mali hoy... sin hablar de sus bases militares permanentes en África y las intervenciones secretas de la DGSE, como la ´última en Somalia.
Hoy como ayer, se trata para Francia de asegurar el control de un territorio estratégico codiciando por las otras grandes potencias industriales. Mali se ha convertido en uno de los escenarios predilectos de un nuevo «Gran Juego» en materia de lucha de influencias con vistas a conquistar o mantener puntos estratégicos para el acceso a la energía: el gas argelino, el inmenso proyecto fotovoltáico Desertec, las importantes reservas de hierro mauritanas o el blindaje del uranio nigerino, explotado por la sociedad francesa Areva y ya protegido por las fuerzas especiales francesas. Como ayer oculta sus verdaderas intenciones con el manido recurdo de la «guerra al terrorismo» y, acríticos, los medias dominantes franceses participan en la legitimación del conflicto no dando las informaciones necesarias para su comprensión: contexto maliense y saheliano, cuadro geopolítico....
En el más puro estilo de la Françafrique, Francia interviene sola en una antigua colonia del África subsahariana apoyándose para ello en sus relaciones bilaterales con «regímenes amigos« africanos y en la presencia permanente de su Ejército en la región. Así, los helicópteros para detener cualquier contraataque son los de las fuerzas especiales francesas de la operación Sabre, presentes en Buskina-Fasso (y en Mauritania) desde hace dos años y reforzados el pasado setiembre. Es sobre todo el dispositivo Epervier, en Chad desde 1986 y en principio provisional, el que se ha movilizado. A través de la operación Serval, París refuerza además sus lazos con regímenes totalitarios, como el de Idriss Déby en Chad y de Blaise Compaoré en Burkina-Fasso. No hay duda alguna de que las autoridades francesas elegirán a los futuros dirigentes malienses y de que las tropas tricolores seguirán mucho tiempo acuarteladas en el norte del país.
Sin espacio para una solución política
«La profundidad del malestar social en el Sahel precisa otro tipo de acercamiento, como lo sugieren los ejemplos iraquí, afgano o somalí, que han mostrado que el uso de instrumentos convencionales no debilita a las bandas islamistas sino que las refuerza», advierte Pierre Conesa, investigador asociado a IRIS. «Los grupos designados por París como enemigos comunes, designación práctica en un contexto de comunicación de guerra, son muy diferentes, desde las milicias tuaregs que han combatido por Gadafi a grupos que reivindican desde hace 50 años una cierta independencia y que se desmarcan de Ansar al-Dine y de AQMI. La solución es política y hay que considerar seriamente las reivindicaciones tuaregs, que no son solo coyunturales sino históricas», coincide el investigador Jean-Yves Moisseron, investigador del IRD. Durante semanas, en las ondas de medios especializados como la radio France Culture, universitarios tenaces han defendido una solución política por encima de una intervención armada. Porque es evidente que la intervención en Azawad va a provocar daños colaterales en los países vecinos, como lo ha mostrado la reciente toma de rehenes en In Amenas, Argelia, Se sabe además desde hace meses que una intervención en el norte de Mali vas tomar la forma de una pugna entre las poblaciones negras, songhai, y las blancas, tuaregs y maures. «El Ejército de Mali está en clave de venganza. Hay un riesgo evidente de excesos, de ejecuciones sumarias, de arbitrariedad», advierte Florent Geel, de la oficina África de la Federación Internacional de Derechos Humanos, Y es que Francia no ha contribuido en nada a la emergencia de una solución colectiva y debatida por todos los malienses de cara a favorecer un consenso político previo a una reorganización rápida de las fuerzas de seguridad. Al contrario, la opción de una intervención directa y fulgurante de las fuerzas armadas estaba ya prevista a la luz de la rapidez de su puesta en marcha.
La semántica estaba también preparada. «Sharia, terrorismo, Al Qaeda». Y resulta que los «malvados terroristas» que Francia combate son financiados y equipados por sus amigos qataríes y saudíes, socios económicos privilegiados, Qatar, por ejemplo, ha concluido acuerdos de defensa con Francia, ha logrado la apertura en Doha de sucursales de las más prestigiosas escuelas francesas como HEC, Saint-Cyr o ENA, y las grandes empresas francesas están presentes en el pequeño emirato: Total, GDF-Suez, EDF, Veolia, Vinci, Air Liquide, EADS, Technip... Las fortunas saudíes y qataríes que alimentan a los grupos salafistas están debilitando los procesos democráticos de las revoluciones árabes (Túnez, Egipto...) porque su objetivo es, sobre todo, sostener -desde Indonesia hasta Nigeria- una visión wahabí del islam a fin de impedir que emerja un modelo democrático y musulmán que marcaría el final de sus regímenes monárquicos. En fin, si los «malvados terroristas» han intentado imponer la sharia en le norte de Mali, hay que saber que esa misma ley está en vigor en Arabia Saudí y en Qatar, donde las mujeres no pueden conducir un coche o donde la homosexualidad se castiga con la muerte... Luchar contra el terrorismo internacional tendría sentido si se combate a su fuente, a saber, las petromonarquías. El aval del Parlamento no le es necesario al Elíseo para iniciar una operación exterior: la crisis maliense muestra de nuevo la insuficiencia democrática de las instituciones francesas. Y todavía más criticable, desde el inicio del conflicto en Mali ningún combate ha sido filmado por los equipos de televisión.
Periodistas lejos del frente
El Ejército francés, como el maliense, arrinconan en las bases a los periodistas de la prensa escrita. Reivindican prudencia ante potenciales secuestros de occidentales y la confidencialidad de las operaciones. Lo cierto es que los reporteros no habían conocido tamaña censura desde la Guerra del Golfo.
Por su parte, los media dominantes se contentan con imágenes realizadas por los equipos de comunicación del Ejército sin la menor investigación o verificación. Se difunden testimonios de habitantes de Bamako favorables a la intervención francesa.
La presencia de soldados franceses en la capital -con la excusa de proteger a sus ciudadanos- representa una presión importante sobre unas autoridades malienses muy debilitadas. Este escenario obedece a la lógica esgrimida por el nuevo Ejecutivo francés, que defiende la intervención militar como una precondición para la restauración de la paz en el país, pero sobre todo a la defensa de sus intereses. Y esta deriva apela una vez más a una puesta en cuestión del conjunto de las relaciones francoafricanas, nada diferente al del final del imperio americano.
Se trata para Francia de asegurar el cntrol de un territorio estratégico codiciado por las otras grandes potencias industriales.