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Ocho pasos hacia la paz para los kurdos del norte

La liberación de los ocho prisioneros turcos en manos del PKK se había anunciado la semana pasada. Ya conocemos el cuándo, el dónde y el cómo. Pero el futuro de los kurdos de Turquía sigue siendo una incógnita.

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Karlos ZURUTUZA  Sergele-Kurdistán Sur

La primavera amarillea ya un valle verde que coronan picos aún nevados. Podría tratarse de un valle suizo de no ser por los minaretes que se alzan junto a iglesias cristianas asirias. Justo en la frontera entre Kurdistán Norte y Kurdistán Sur, la idílica localidad de Sergele era el lugar elegido por el PKK para la esperada entrega de los ocho prisioneros turcos a una delegación llegada desde Turquía.

Aparentemente, la liberación de prisioneros llega tras una petición del líder encarcelado del PKK, Abdullah Ocalan, quien presuntamente había manifestado a abogados del BDP que esperaba «que los prisioneros pudieran reunirse con sus familias muy pronto». «Son cinco turcos, dos kurdos y un árabe y gozan de perfecta salud», indicaba Bahtyar, el miembro del PKK a cargo de recibir a los medios allí desplegados. Tras 18 años en la guerrilla -«era solo un niño cuando llegué»-, Bahtyar hablaba de un «gran momento para todos los kurdos no solo del norte, sino de todo el mundo».

Transcurren dos horas durante las cuales los medios allí presentes son agasajados con Coca colas, botellines de agua y pastelitos turcos. A las 11.30, la esperada delegación de Turquía llegaba en un convoy de siete coches blindados que compartían con escoltas del Gobierno Regional Kurdo.

Heval Dersim, alto comandante del HPG -el brazo armado del PKK- recibía a la comitiva compuesta por miembros del pro kurdo BDP -Partido por la Paz y la Democracia- junto a Faruk Ansal, Presidente de la Comisión de Derechos Humanos de Turquía y Hussein Haleb, un alto cargo en representación del Gobierno Regional Kurdo de Irak.

Los recién llegados se acomodaban en unas sillas de plástico tras una improvisada mesa. A su espalda ondeaban las banderas del PKK junto a otra con el rostro de Abdullah Ocalan, principal interlocutor en el proceso de paz desde la isla-prisión de Imrali, en el mar de Mármara.

Dersim no tardaba en anunciar cómo se iba a desarrollar el evento:

«Vamos a traer a los prisioneros para entregarlos delante de todos ustedes», anunciaba Dersim desde el centro de la mesa. «Leeremos un comunicado y luego podrán hacer las fotos y las preguntas que deseen», explicaba al grupo de periodistas, que se apresuraba a preparar sus equipos.

Los ocho de Sergele

A pesar de la solemnidad en la mesa, la atención de desvió inmediatamente hacia los prisioneros, que llegaban escoltados por una docena de guerrilleros. Tras unos momentos de tensión en el cordón de seguridad debido a la impaciencia de un fotógrafo de un canal de televisión kurdo, los ocho hombres se alineaban en el flanco derecho de la mesa. Pero aún habría que esperar a las declaraciones de las autoridades presentes.

«Hoy entregamos a estos ocho hombres al Gobierno turco por orden de Abdullah Oçalan. Se trata un gesto humanitario que ha de servir para conseguir la paz que Ankara se ha empeñado en negarnos de forma sistemática», declaraba solemne Dersim, a la vez que recriminaba a Turquía haber obstaculizado el camino hacia la paz.

Tras el, el parlamentario del BDP Adil Kurd, comenzaba su discurso agradeciendo al Gobierno Regional Kurdo el haber facilitado el encuentro y hacía un llamamiento al alto el fuego entre ambas partes.

«Queremos volver a este maravilloso lugar de picnic, y no con armas», concluía Kurd su comparecencia.

El llamamiento a la paz también se hacía eco en las declaraciones de Hussein Haleb representante del KRG. «Desde este lugar exigimos la paz para los kurdos y para todo los pueblos del mundo». Faruk Ansal, representando a la Asociación por los Derechos Humanos de Turquía, coincidía a la vez que subrayaba el espíritu humanitario del encuentro.

«Hemos venido a estas maravillosas montañas para reunir a estos muchachos con sus familias», decía Ansal señalando a los aludidos. «Todos somos hermanos, no debemos dispararnos», finalizaba.

Vestidos con chaqueta oscura, camisa de cuadros y zapatillas, los ocho protagonistas del día escuchaban estoicamente los discursos, con expresiones que basculaban entre el estupor, la ira y el alivio de sentir que su odisea estaba a punto de concluir. Alguno llegaba a intercambiabar tímidamente unas exiguas palabras con la prensa pero sin dar sus nombres. Uno de ellos aseguró a GARA que había sido tratado correctamente. Otro se lamentaba de que, a pesar de tener una radio, apenas podían recibir noticias debido al entorno montañoso. Un tercero incluso agradecía al PKK el gesto añadiendo que «hay que avanzar hacia la paz».

Los miembros de la comitiva se levantaban para estrechar, uno a uno, la mano de los «ocho de Sergele»: seis militares, un policía y un funcionario. Dos de ellos, los kurdos, saludaban con cierta simpatía a los líderes guerrilleros mientras que otros dos negaban el apretón de manos a los que habían sido sus captores.

El futuro es mañana

Los siete coches blindados se fueron por donde habían llegado, llevándose tras de sí una caravana de coches de los canales de televisión, tanto locales como internacionales. La atmósfera era ya mucho más relajada y se llegaban a vislumbrabar las primeras sonrisas entre los guerrilleros, satisfechos de que todo se hubiera desarrollado según lo previsto y sin contratiempos. El veto de hablar con los visitantes parecía haberse levantado y Zulkuf, guerrillero de «algún lugar de Kurdistán Norte» dejaba escapar la tensión.

«Son ya muchos años de guerra. Ambas partes hemos de hacer callar las armas y confiar en el otro», aseguraba el ya veterano combatiente, de cabello y bigote canos. En un inglés casi perfecto, Zulkuf se congratulaba por haber sido testigo de algo que, decía, «no sucedía a diario».

Respecto al tratamiento que habían recibido los prisioneros, el guerrillero aseguraba que se les había tratado con dignidad, sin humillaciones, pero dentro de la precariedad de la vida en las montañas.

«Han permanecido todo este tiempo en cuevas porque los continuos bombardeos de Turquía no dejaban ninguna otra opción Uno de ellos ha permanecido cautivo durante 19 meses y al último lo capturamos hace siete en Amed -capital de Kurdistán Norte-. Tardamos 40 días en traerlo hasta aquí», aseguraba el guerrillero, confirmando que no queda ya ningún prisionero más en manos del PKK.

El guerrillero se despedía para ayudar al resto de sus compañeros. Una detrás de otra, se apilaban las sillas de plástico y se recogían las banderas, sus mástiles y los botellines de agua sobrantes.

«Nosotros ya hemos movido ficha. Ahora toca esperar», espetaba otro guerrillero antes de replegarse con su grupo a las montañas.

Tras atravesar los prisioneros la frontera, el presidente turco, Abdullah Gül, destacaba que el fin de la violencia «hará más fácil pasar de las estrategias de seguridad a las reformas políticas».

Si las negociaciones siguen por buen camino, se espera un llamamiento de Ocalan al alto el fuego de la guerrilla el 21 de marzo, coincidiendo con el Newroz, año nuevo persa y kurdo, así como una petición de abandono de las armas antes de agosto.

No es la primera vez

La entrega de ocho prisioneros del aparato militar y policial turco constituye un gesto muy significativo en el marco del proceso de negociación en ciernes entre Ankara y el PKK. Sin embargo, no se trata del primer acercamiento de estas características en aras de solucionar un conflicto que dura ya décadas y se ha cobrado miles de vidas. En octubre de 2009 un grupo compuesto por 34 kurdos, entre los que se incluían ocho guerrilleros del PKK, se entregó a las autoridades turcas tras atravesar la frontera entre Kurdistán Norte y Sur. El llamado «Grupo de la Paz» fue recibido por miles de simpatizantes kurdos mientras se encadenaban manifestaciones multitudinarias, auténticas demostraciones de fuerza, por todo el territorio.

La comitiva fue arrestada en su conjunto por las autoridades turcas para ser liberada al día siguiente, lo que despertó las esperanzas de paz incluso entre los más escépticos. Calificado como el «incidente de Habur» (Habur es el río que marca la frontera). Dicho evento desató las iras de los sectores más reacios al diálogo truncando el que había sido el proceso más prometedor hasta la fecha.

El Primer Ministro Turco, Recep Tayp Erdogan, ha manifestado recientemente su temor a que la liberación de los presos ya consumada se convierta en un «nuevo Habur». Esto, sumado a la desconfianza que han generado las continuas filtraciones de las conversaciones a la prensa, podría poner en la cuerda floja un proceso que debería sentar los cimientos de uno de los conflictos más fosilizados de toda la región.. K.Z.

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