Los cineastas vulgares también tienen derecho a existir, y a Lee Daniels no le ha ido nada mal con su trazo de brocha gorda. Su anterior largometraje, «Precious», le granjeó un par de Óscar, lo que ha servido para asegurarle una continuidad profesional como realizador. En estos momentos prepara «Butler», película protagonizada por Forest Whitaker en el papel del criado negro que más años sirvió en la Casa Blanca. Cuenta con otro proyecto más, disparatado donde los haya, ya que piensa convertir a Amy Adams en la cantante Janis Joplin.

Para hacerse una idea de por dónde van los tiros en «The Paperboy», su tercer largometraje, basta con recordar que este fue un proyecto barajado por Pedro Almodóvar para aterrizar en Hollywood, cuando el manchego todavía se planteaba esa posibilidad. Se trata de una novela de Pete Dexter que contiene elementos melodramáticos con fuerte carga erótica, y que Lee Daniels se ha encargado de resaltar al máximo.

El problema de «El chico del periódico» es que no solo va de eso, sino que además se presta al cruce con otros géneros, ya que es un thriller sureño que toca el drama judicial, el retrato de un sicópata asesino, la denuncia social histórica del racismo. Se ha dicho que parece un cruce entre «En el calor de la noche» y «Fuego en el cuerpo», porque une al relato policiaco una atmósfera morbosa.

La ambientación y el tono son ciertamente sórdidos, con los personajes sudorosos y sexualmente encendidos, tanto como el clima que se respira en unos pantanosos paisajes de Florida infestados de cocodrilos. Si a ello se le añade que la acción transcurre a finales de los 60, sobre el fondo de la lucha por los derechos de la comunidad afroamericana en el Sur de los Estados Unidos, la temperatura de la película resulta de lo más elevada.

Y ya quema en la escena más comentada con motivo de la presentación en Cannes, la cual sucede durante un vis a vis carcelario con John Cusack esposado, impidiendo que pueda intimar con la visitante Nicole Kidman. La situación provoca que se exciten mutuamente sin tocarse el uno al otro, con consecuencias directamente masturbatorias. Para el espectador no deja de ser sonrojante.