La carrera del cineasta inglés Joe Wright está siendo bastante desconcertante. Tanto en la televisión como en el cine parecía abocado a especializarse en las ambientaciones de época. Pero tras ganarse un prestigio con «Orgullo y prejuicio» y «Expiación», quiso desmarcarse de las adaptaciones de los clásicos con las realizaciones contemporáneas «El solista» y «Hanna».

Al anunciar que iba a adaptar a Tolstoi con «Anna Karenina», cabía pensar que volvía a lo suyo, más no ha sido así, porque sorprende con una versión nada ortodoxa guionizada por el dramaturgo Tom Stoppard.

En su película domina el artificio teatral, si bien no ha sido debido a la procedencia de dicho medio de su guionista. Fue el propio Joe Wright el que decidió que no quería rodar en los mismos palacios rusos donde se habían localizado todas las anteriores adaptaciones, prefiriendo hacerlo en unos grandes decorados con un presupuesto de casi cincuenta millones de euros.

Esto le permite pasar de un set a otro, partiendo como referencia de un escenario teatral convertible. Basta abrir una puerta para que la acción salga de pronto a un fondo nevado, y hasta el propio patio de butacas resulta que se puede transformar en un hipódromo. La tragedia romántica, eso sí, sigue siendo la misma.