Mikel Jauregi | Kazetaria
Matrix
Si tomas la pastilla azul, fin de la historia; despertarás en tu cama y creerás lo que quieras creerte. Si tomas la roja, te quedarás en el país de las maravillas y yo te enseñaré hasta dónde llega la madriguera de conejos». No recuerdo ni cuándo ni dónde ocurrió, ni mucho menos las razones de mi elección, pero es evidente que opté por la roja. El problema es que de maravillas, nada: porque vaya mierda de... Me engañaron, o quizás simplemente me dejé llevar.
Reconozco que la voz pausada y profunda de Morfeo no mentía cuando anunciaba que mis ojos iban a contemplar los secretos de la misteriosa madriguera. O al menos, no mentía del todo. Porque aun siendo consciente de que nunca lo verán en su totalidad, sí intuyen hasta dónde alcanza y cómo repercute en mi día a día.
Ese mundo paralelo sobre el que Yolanda Barcina, cual Oráculo, ha venido a arrojar algo de luz. Ese en el que los miles de euros percibidos en concepto de dietas por asistir -y se supone que escuchar, atender... y garabatear en un folio en blanco, por supuesto- a reuniones de Caja Navarra «hace cinco años no sorprendían a nadie». Porque en aquellos tiempos de bonanza -cuando vivíamos por encima de nuestras posibilidades, ¿recuerdan?- «podía ganar un albañil 5.000 o 6.000 euros» y «el que más dinero ganaba en una obra y llegaba con el mejor coche era precisamente el que hacía los alicatados».
Definitivamente, Matrix existe. Porque el mundo que Barcina deja entrever no es este en el que, más ahora pero también hace cinco años, 5.000 o 6.000 euros al mes suenan casi a sueldo de futbolista de Primera. E insulta la inteligencia humana cuando trata de hacernos creer que hace un lustro nadie se habría sorprendido por esas cantidades.
Señora presidenta, los habitantes de Sión, los del mundo digamos «real», nos habríamos sorprendido, indignado y cabreado igualmente entonces de haber tenido conocimiento de las prebendas de la CAN. Porque ese es el elemento clave con el que ustedes cuentan: el (des)conocimiento. Lo reconoce Cifra mientras se come un sabroso filete que le ofrece el agente Smith para cerrar el traicionero acuerdo del primer film de la trilogía de los hermanos Wachowski, cuando deja para la posteridad aquello de «la ignorancia es la felicidad».