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Ainara Lertxundi Kazetaria

El «gesto» que se espera de Francisco

La designación de Jorge Bergoglio como Papa ha hecho correr ríos de tinta en Argentina a favor y en contra. Son muchas las voces que lo vinculan con la dictadura y otras que sostienen que ayudó, con gestiones discretas, a varias personas a huir de los militares. Pero lo que ni unos ni otros cuestionan a estas alturas es el silencio cómplice y necesario de la jerarquía de la Iglesia católica con el golpista Rafael Videla y sus políticas. Documentos revelados recientemente por el diario argentino «Página 12» dejan clara constancia de que los máximos responsables de la Iglesia sabían de la existencia de desaparecidos y de que, en una reunión privada, abordaron esta cuestión con el propio Videla.

Desde esa perspectiva, el ahora papa Francisco tiene la oportunidad de no quedarse en aquel tímido perdón del año 2000 por «no haber hecho lo suficiente» y de enmendar en cierta forma las consecuencias de más de tres décadas de pasividad, cuando menos. Podría, por ejemplo, reclamar la apertura de los archivos que obran en manos de esta institución y que podrían arrojar pistas sobre el paradero de los más de 400 niños, ya adultos, que siguen desconociendo su identidad. O reunirse, por primera vez, con las Abuelas de Plaza de Mayo, atendiendo a la petición de su presidenta, Estela de Carlotto, con motivo del 37 aniversario del golpe de Estado.

En una carta abierta dirigida al sumo pontífice, otra abuela, Sonia Herminia, cuya hija de 20 años desapareció estando embarazada de seis meses y medio, le suplica a sus 83 años que «actúe sobre aquellos que tienen un conocimiento directo de dónde están nuestros nietos y nos digan a quiénes se los entregaron y dónde enterraron a sus padres (...) Estoy convencida de que usted puede interpelar sus conciencias (...). Ya no me queda mucho tiempo. Quisiera rogarle que antes de mi viaje final que me ayude a reencontrarme con mi nieto para que juntos podamos ponerle una flor a sus padres, contarle su historia y la mía propia». Ese es el «gesto» que muchos esperan del Papa Francisco dentro y fuera de Argentina, y que repercutiría en beneficio de una Iglesia muy cuestionada.

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