Solo a contracorriente se puede cambiar la sociedad
La muerte de Margaret Thatcher ha devuelto al debate público cuestiones políticas de primer orden, como son el reparto de la riqueza, la privatización de los bienes públicos, las relaciones internacionales y lo que antes se llamaba el «nuevo orden mundial», la lucha de clases, la desindustrialización, la relación entre individuos y sociedad, entre los ciudadanos y el poder, la función del estado, las libertades civiles, la dialéctica izquierda-derecha... temas que hoy por hoy se suelen tratar de manera colateral, pero que siguen siendo el sustento de cualquier debate político riguroso. Son temas en los que se intenta responder a preguntas cruciales para la política, tales como ¿cuáles son los objetivos de un gobierno? ¿A quién benefician sus políticas? ¿Cómo se logra revertir una tendencia durante una legislatura sin perder la siguiente? ¿Qué pasos son tácticos o coyunturales y cuáles son estratégicos o estructurales? ¿Cuál es el legado de un mandatario? Las respuestas a esas preguntas muestran la diferencia entre izquierda y derecha. También muestran que, a menudo, esas diferencias no concuerdan necesariamente con los partidos que dicen defender dichas posturas. Hasta tal punto que se puede afirmar que el mayor éxito de Thatcher no fue tanto lo logrado por ella misma durante su mandato como la manera en la que condicionó a sus adversarios en adelante, especialmente a Tony Blair y su famosa tercera vía o nuevo laborismo.
En relación al legado de Thatcher, varios analistas y políticos han dejado en evidencia que, si atendemos a datos contrastados y a las consecuencias que sus políticas tuvieron y tienen hoy en día, su mandato fue uno de los mayores ataques que han sufrido las capas populares, las comunidades e incluso las estructuras productivas británicas en la época contemporánea.
James Ball, periodista de «The Guardian», exponía con datos (http://bit.ly/1569tKi) la transformación de la sociedad británica durante y tras su mandato. Controversias partidarias aparte, de esos datos se infiere claramente que su apuesta por la propiedad privada hizo que en la década entre 1981 y 1991 los propietarios de casas en Inglaterra y Gales pasasen de ser 10,2 a 13,4 millones, con el consecuente crecimiento del endeudamiento familiar y el descenso de la vivienda social de alquiler, que pasó de 5,4 a 4,5 millones en el mismo periodo. El precio medio de la vivienda pasó de las 19.925 libras a 59.785 (en las dos siguientes décadas este se multiplicaría hasta alcanzar las 251.634 libras en 2010). Así comienza la subsiguiente burbuja inmobiliaria. La renta familiar creció un 26% durante esa década considerada prodigiosa por los neoliberales, pero ese enriquecimiento no alcanzó al 10% más pobre, que solo vio crecer su renta en un 4,6%, mientras que el 10% más rico prosperó en un 47,2%. Es decir, la brecha social creció ostensiblemente. La pobreza entre niños y pensionistas también se incrementó en millones.
La reacción de júbilo de los mineros ante la muerte de la Dama de Hierro expresa la rabia de los más de 170.000 mineros que perdieron su trabajo en esa década, muchos de los cuales no volvieron a lograr otro empleo. Junto con la minería, toda la industria fue desmantelada, pasando de ser un 40% del PIB a un 34% al final del mandato de Thatcher (hoy apenas llega al 22%). ¿Quién ganó ese peso en la economía británica -y en la mundial-? Evidentemente, la City, la especulación, el capital financiero; en definitiva, el neoliberalismo.
Si bien los mineros se han convertido en un símbolo de aquella época, los mayores perdedores fueron los sindicatos, cuya afiliación paso de 13,2 millones en 1979 a 9,8 en 1990 (ahora está en torno a los 7,4 millones). Los días laborables perdidos por huelgas pasaron de 6 millones en 1979 a un récord de 29,5 millones en 1983 y a unos modestos 2 millones cuando Thatcher perdió el puesto. En 2010 apenas hubo 400.000 días de huelga.
En política internacional, potenció el belicismo y el atlantismo. Tampoco tuvo reparo en apoyar régimenes como la dictadura de Pinochet o el Gobierno del Apartheid, ni en ordenar el bombardeo del Belgrano en la guerra de las Malvinas. Por otro lado, Gerry Adams ha recordado la clase de criminal despiadada que fue Margaret Thatcher en relación a los presos republicanos.
En resumen, Thatcher ganó la mayor parte de sus batallas socioeconómicas y marcó tendencia, desarrollando una sociedad más individualista y un sistema aún más injusto. Todo ello saltó por los aires con la crisis de 2008, pero su legado ha superado a su mentora.
Dos clases de políticos, más allá de la ideología
No obstante, más allá de su ideología y de su agenda, cabe reivindicar esa clase de políticos que, nadando a contracorriente, con un programa y una visión claras, logran revertir las tendencias y afianzar un proyecto propio. Esa es la clase de políticos que necesita la izquierda. Thatcher demuestra que las revoluciones no son patrimonio de la izquierda, algo que a veces la propia izquierda olvida.
Hoy mismo, en Venezuela, se enfrenta un proyecto marcado por la personalidad y la visión revolucionaria del que ha sido su líder hasta su muerte reciente, Hugo Chávez, contra un oligarca melifluo que no ha encontrado otra manera de acercarse al electorado que simular una tercera vía entre el bolivarianismo y el gorilismo colonial que él representa en origen.
Volviendo a la ex primera ministra británica, Ken Livingstone, exalcalde de Londres y archienemigo suyo, cuenta en sus memorias cómo, en un momento en el que él tenía una grave discrepancia con el Partido Laborista y con el propio Blair, años después de haber dejado el cargo, Thatcher se le acercó en un acto y le recomendó «mantenerse firme». «Todo el mundo tratará de que hagas otra cosa, pero debes mantener tu determinación, debes ser resuelto», añadió. Y ya se sabe, del enemigo, el consejo.