NARRATIVA
Por una «birra»
Iñaki URDANIBIA
Decía , mejor cantaba, George Brassens que morir por las ideas sí, pero de muerte lenta. El protagonista de este libro no muere lentamente sino que la manta de ostias que le sacuden unos celosos seguratas por beberse una birra en un centro comercial le conduce a la muerte a velocidad de vértigo. La novela es breve pero de una tensión que va envolviéndonos en la medida en que se desarrolla la acción y vamos asistiendo a la brutalidad en acto de cuatro maromos que la toman con un pobre ser que apaga su sed bebiendo una cerveza, por cierto de las más baratas de las expuestas, sin tener dinero para pagarla.
Desde el inicio sabemos lo que ha sucedido y vemos que se está aclarando judicialmente la muerte del ladrón, si es que puede catalogarse como tal a un ser que se toma una simple birra. Tras servirse ve cómo se le acercan cuatro jóvenes uniformados que entre empujones y con constantes indicaciones de que no arme bulla, le conducen por una puerta de salida de socorro y de allí le conducen lejos de las instalaciones comerciales por los almacenes. Las bofetadas, seguidas de patadas en un in crescendo que se va tejiendo entre los matones, zambullidos en una competición de a ver quién es más tirado para adelante, sume a la víctima en una dolorosa sorpresa ante el cariz que van tomando los acontecimientos, y todo por el simple acto de haber apagado su sed. El narrador cuenta al hermano del golpeado, cómo sucedieron los hechos, al tiempo se va viendo cómo la mente del apaleado cavila sobre la locura a la que está siendo sometido y asistimos igualmente a las rumias de los verdugos, de los que se describe los significativos peinados y maneras de comportarse, quienes disparados en su furia , fuera de sí, no son conscientes de lo que realmente han hecho hasta que ven el cuerpo yaciente en posición fetal en un charco de sangre, y que ante tal situación piensan en lo que les puede caer encima y lo que su posible condena puede suponer de cara a sus familias.
Laurent Mauvignier no se anda con chiquitas, como ya lo había demostrado en su anterior novela, "Hombres" en la que se tomaba la guerra de Argelia como desencadenante de unas alargadas huellas de culpabilidades, y nos lleva a las profundidades de la violencia gratuita que se desencadena por parte de los uniformados y más todavía cuando éstos funcionan en manada, pues se da una unión entre el hábito que hace al monje y una emulación entre machotes en pos de no desentonar en la realización de las hazañas que les refuerzan en su oficio, pues la debilidad supondría el quedar apartado del grupo y de sus valores(es una manera de hablar) marciales. Salvando las distancias, pero el funcionamiento grupal y competitivo en el cumplimiento de los códigos de pertenencia con sus usos, trae a la mente, por simple asociación, las insufribles escenas de situaciones-límites como la de Abou Grhaib o las recientemente aireadas palizas de unos descerebrados soldaditos hispanos por aquellas mismas tierras irakíes
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Si comenzaba el comentario aludiendo a una canción del bardo de Séte, podría finalizarse refiriéndose al cantautor de Vaucresson, Jean Ferrat, cuando alertaba de que: «Hou , hou, méfions nous, les flics sont partout», lo que dicho en castellano vendría a significar que se ha de tener cuidado con los polis ya que se hallan por todas partes; y su cercanía siempre acaba suponiendo el encontrarse en una zona de riesgo.
La intensidad de la historia, el modo de dosificarla utilizando a la vez una prosa que avanza en tromba y en la que se cruzan distintas asociaciones de ideas, hace que la nouvelle resulte realmente conmovedora. Media hora de inquietante lectura que se inicia con «y lo que ha dicho el fiscal es que un hombre no debe morir por tan poca cosa» y se cierra con un « ...ahora no, ahora no, así no, ahora no», entre medio media hora de agonía. El matonismo como profesión por los bodes del escalofrío.