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Anjel Ordóñez Periodista

Crimen organizado

El pasado mes de febrero, ocho ladrones vestidos como policías y armados con ametralladoras robaron 120 lotes de diamantes valorados en 37 millones de euros de la pista de aterrizaje del Aeropuerto de Bruselas. Huyeron a toda pastilla en dos furgonetas negras que luego incendiaron. De película. Algo más atrás, el 18 de marzo de 1990, otro grupo de profesionales, de nuevo ataviados con uniformes de policía, irrumpieron en el Museo Isabella Stewart Gardner de Boston y se llevaron trece cuadros con valor estimado de alrededor de 224 millones de euros. Eran obras de Rembrandt, Vermeer, Manet, Degas, Govaert y Flinck, entre otros.

Son sólo dos ejemplos, rigurosamente ciertos, de cómo disfrazarse de policías, vestirse de representantes de la ley y el orden, resulta un método cercano a lo infalible para burlar los sistemas de seguridad de bancos, joyerías y furgones blindados. Nunca pasa de moda. Si se cuida el disfraz y la interpretación, el éxito de la empresa está poco menos que asegurado, simplemente porque quienes se ocupan de guardar joyas y sacas relajan las cautelas a la vista de las relucientes placas y los lustrosos uniformes. Hay algo de artístico en todo esto, que causa cierta fascinación, y así lo ha entendido el cine a lo largo de décadas con numerosas obras maestras en torno al subgénero de robos y atracos: «Atraco perfecto» (Kubrick), «A quemarropa» (Boorman), «Asalto al furgón blindado» (Beresford), o «Reservoir Dogs» (Tarantino). Y es que, aun siendo delincuentes, los ladrones de bancos derrochan encanto y despiertan simpatía. Tienen un aire romántico, diría yo. Me pregunto por qué será.

Puede que sea porque, al fin y al cabo, hablar de ladrones y hablar de bancos, es hablar de la misma cosa. Llámenme loco, pero a mí, cuando se habla del crimen organizado, se me va la cabeza al sector financiero. Hay que ver lo bien ordenado y sistematizado que lo tienen todo en los bancos, lo bien que funcionan y lo engrasada que tienen la máquina de limpiarnos el bolsillo. No se dejan ni un céntimo. El disfraz, por cierto, impecable. Un día de éstos hablaré de los políticos corruptos. Otro subgénero que tampoco pasa de moda, maldita sea.

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