Antxon Lafont Mendizabal | Peatón y empresario
¡Qué barbaridad, qué tristeza!
En el caso del filósofo lo más vil es la manera de criticar la indignación actual y considerar que «los muchos defectos y abusos que se dan en las democracias... se deben a las pasiones o torpezas de quienes viven libremente en ellas». ¡Qué barbaridad!
En la misma semana medios de comunicación diversos nos han ofrecido un ramillete de flores, cuando menos mustias, como muestra «intelectual» de la piel de toro.
En orden cronológico de publicación, un premio Nobel de Literatura, excusadme de lo poco, escribe un artículo de exaltación de Margaret Thatcher que salvó, parece ser, a su país de un socialismo anticuado y letárgico. El resto del artículo no reserva mejor tratamiento al socialismo en general, pero ese no es el problema. Cita como mejor discípulo de la Dama de Hierro a Tony Blair calificado de laborista, de la «tercera vía». Sigue el artículo en el que el autor se ve obligado a confesar insinuando primero y escribiendo después que es un liberal, calificativo que antes se aplicaba a los que actuaban como progresistas.
El escritor parece dar un giro cuando a la vuelta de una esquina nos permite leer que (sic) «vivir en la mentira es siempre, en los órdenes político y económico, peor que afrontar la cruda verdad». ¿Conversión en el camino de Damasco? Esperanza fallida, la respuesta la encontramos en las líneas siguientes, cuando atribuye a Thatcher el mérito de haber lanzado una vigorosa ofensiva en el campo de las ideas y de los valores. Thatcher, según el Nobel, creía en «la libertad, en el individuo soberano, en la ética calvinista del trabajo (querría escribir quizás «en la moral calvinista», no en la ética aunque para el escritor es quizás lo mismo), en el ahorro, en valores morales», etc., etc. La denominación de «muchachita revolucionaria» con la que el escritor cataloga a Thatcher en su consigna de «socavar a Castro» es muy dulce y graciosa.
El artículo se hace insoportable cuando escribe sobre Thatcher como admiradora de Pinochet. Consciente el escritor de la necesidad de vivir en plena crisis, más de espíritus como el suyo que de edición, añade, para no perder lectores, que en ese caso su imagen se empañó. Siguen escasas líneas de fariseísmo agónico. Si leen el escrito, aléjenlo del alcance de los niños.
Otro artículo, en el mismo periódico, nos conduce, días después, a un escritor conocido por su problema de búsqueda de objetividad con una brújula averiada que no consigue orientar.
Esta vez el «escritor» intenta convencer a sus lectores de la inutilidad de gastar un solo euro en la Alianza de Civilizaciones, y en sus intentos sobrehumanos de equidad, busca osten- siblemente a protegernos de la derecha política, y, al intento siguiente, de la izquierda.
¡Esa brújula! También en este tipo de artículo al que nos tiene acostumbrados, es consciente del precio a pagar para limitar la pérdida posible de lectores.
Después de afirmarnos que el cerrilismo religioso, ajeno al actual catolicismo claro está, es incompatible con la cultura cita varios ejemplos de Turquía debidos quizás a la necesidad de amortizar un viaje reciente al pasillo turístico entre Europa y Asia. «Los museos vuelvan a ser mezquitas unos tras otros», escribe. Seguramente nos tiene reservado un artículo en el que nos hará partícipes del enojo que en él provoca la ignominia de la transformación de la mezquita de Córdoba en templo-catedral cristiano. ¡Cerrilismo religioso! Acto de barbarie que perdura sin que se haya manifestado el efecto cultural esperado ya que, ¿quién habla de la Catedral de Córdoba? Segura- mente, para el autor del artículo citado se trata de una mezquita que vilmente se trató de asfixiar.
Me quedan unas líneas para la guinda. En un medio donostiarra, encontramos un artículo escrito por un catedrático de filosofía que cada vez me hace pensar en la expresión corriente en EEUU: «Si no sabes hacer algo dedícate a enseñarlo». Icono, que fue, de la «filosofía bling-bling», tan apreciada por Sarkozy, sorprende a sus lectores locales pero es cierto que su «éxito» lo busca, por abandono, al Sur del Ebro. Nadie es profeta en su país pero hay que empezar a inquietarse cuando tampoco sus pretensiones proféticas tienen mercado en España. El final de la actividad armada de ETA ha dejado en el paro a intelectuales pensadores. Por favor, no se molesten hablando y escribiendo sobre amenazas condenables cuando son reales para unos pero por lo menos sospechosas para otros. Yo fui amenazado por el denominado terrorismo de Estado ¿y?
Volviendo al icono de la esperpéntica «movida», leemos en su artículo una feroz crítica a los que se manifiestan en la calle en época de libertad, como pretende, reprochando que no lo hicieran en ausencia de democracia. Cita a los que callaron bajo el nazismo o frente a la Alemania de Este, y a «algunos que no movieron un dedo contra el franquismo, su caso, condenando sus protestas callejeras actuales. Llega a escribir que Franco se paseaba por San Sebastián con menos medidas de seguridad que las que necesitaría el Rey o Rajoy...». Los que somos de San Sebastián constatamos que el filósofo citado, «brillante» desconocido en los variados colectivos clandestinos de repulsa pública del régimen de la época, sigue atribuyéndose medallas de chocolate.
Me dirijo a los lectores donostiarras que hayan sabido, ellos o sus familiares y amigos, de paseos de Franco por San Sebastián, pidiendo que nos escriban. Si pueden confirmar la «verdad» del filósofo se les «obsequiará» con una publicación del mismo. ¡Qué vileza rebajarse a argumentos pueriles y embusteros!
En el caso del filósofo lo más vil es la manera de criticar la indignación actual y considerar que «los muchos defectos y abusos que se dan en las democracias... se deben a las pasiones o torpezas de quienes viven libremente en ellas». ¡Qué barbaridad!
Tres ejemplos que describen la gravísima situación de inanición cultural de la marca España y de algunos de sus protegidos. «Sic transit gloria mundi».