El doble ataque del Ejército israelí contra instalaciones militares y científicas sirias, además de verse envuelto en el secretismo que habitualmente impera en este tipo de operaciones, implica preguntarse sobre el fin último del Gabinete de Benjamin Netanyahu. El objetivo declarado ha sido el de impedir el traslado de armas para Hizbullah, y hay quien sostiene que con estos bombardeos sus autores han querido enviar un mensaje, a través de persona interpuesta, a Irán. Sin embargo, aun si fuera cierto lo expuesto, hace tiempo que hay inflación de «mensajes» dirigidos a la República islámica y sería ingenuo pensar que con estos ataques va a cortarse el suministro de armas hacia el partido-milicia libanés.

Entonces, ¿qué ha impulsado a Israel a cometer, justo ahora, un ataque que no hace sino echar gasolina al fuego de un conflicto que ha matado a decenas de miles de personas y que tiene importantes implicaciones geoestratégicas? Es muy posible que, precisamente, ese sea el objetivo de la agresión. Después de décadas de estabilidad en ese flanco, a Tel Aviv le resulta insoportable el actual escenario sirio, y teme que se le abra un nuevo frente en la frontera con el país árabe y los altos del Golán. Por eso busca una implicación más activa de Estados Unidos, único que puede garantizarle cierta estabilidad. Y para ello está intentando empujarlo hasta un punto en que no le quede más remedio que actuar sobre el terreno en defensa de su aliado. Una respuesta militar de Damasco propiciaría ese escenario.

Tampoco es casualidad que los primeros en denunciar el presunto uso de armas químicas por parte del Ejército sirio, «línea roja» marcada por la Casa Blanca, fueran los israelíes, aunque, curiosamente, hayan sido los «rebeldes» los primeros en ser señalados por la ONU. Y si la verdad nunca ha pesado en la balanza de las decisiones militares, la muerte de varias decenas de personas tampoco va a arredrar a quien sabe que haga lo que haga, siempre tendrá a Washington de su parte.