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CRíTICA teatro

La semilla de la nada

Carlos GIL

Texto fundacional. Clásico, eterno, capaz de sugerir a los espectadores de varias generaciones angustias e incertidumbres, de inocular dudas germinales, de convertirse en un espacio para la metafísica, la lírica, la mística o el humor matizado de absurdo o de hiperrealismo. Es un texto muy interpretado por directores y estudiosos que encuentran matices, resoluciones, indicios de una verdad revelada. Teatro. Es un texto de palabra. O sea, de acción. No hay una coma de más. Los silencios son ruidosos, los diálogos aparecen en contextos de secano pero hidratan la situación, a los personajes, a la cábala del mensaje final. Un mensaje tan sencillo que nadie puede aceptarlo. Esperamos demasiado de la propia humanidad, de nosotros mismos, de la mismidad del género, un poco más evolucionados en algunos aspectos que la mayoría de los animales que comparten el planeta Tierra. Otra interpretación.

En esta propuesta firma Ana María Moix una supuesta «versión», y eso inquieta. Porque suena en ocasiones demasiado hueco. Es en el montaje escénico donde vemos una opción, un planteamiento que parte de una admiración reverencial al texto, pero que intenta aplicar acciones supletorias a la propuesta por el propio autor. Parece perseguir un objetivo: no dejar un segundo sin acción física. Y esa voluntad, en ocasiones, provoca en algún actor una sobrexcitación, una necesidad de ocupar con muecas, gestos menores el espacio del silencio selectivo, de la angustia del tiempo, de la semilla de la nada, de esa existencia vegetal, en un cruce de caminos donde se espera a alguien, a algo, a una idea, una salvación, una excusa. Alguien, algo, que no vendrá hoy. Quizás mañana. Y mañana será igual que hoy.

Alfredo Sanzol diseña bien lo macro, la puesta en escena, pero encontramos disfunciones en el tono interpretativo. Hallamos dema- siados gestos de sobra, incluso que rompen ciertos rituales secuenciales que sí le dotan de consistencia, unos gritos que no aportan nada, una tensión actoral que no ayuda a que esos personajes fluyan todavía mejor por ese desierto conceptual, por ese escenario que bien iluminado se activa y seduce, pero que en ocasiones acumula energías dispersas, no bien conducidas.

Es una propuesta que funciona, que llega a los públicos, mantiene el misterio, es una lectura actual, respetuosa, con indicadores de la modernidad al uso contemporáneo y ayuda a que la duda se mantenga, ¿qué hacemos aquí?

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