Mikel Jauregi | Kazetaria
El deber me llama
Estas líneas pretenden ser una mezcla de homenaje, (auto)crítica y desagravio por parte de la clase periodística. Sí, me voy a tomar la licencia de hablar en nombre de todas y todos los colegas de, al menos, mi ámbito geográfico. Quien no esté de acuerdo, ya sabe: o se rasca o puede remitirme como mejor le parezca la queja correspondiente.
Hace justo una semana falleció en su casa Jeff Hanneman, el rubio guitarrista y principal compositor de Slayer. Tenía 49 años. ¿La causa? Insuficiencia hepática. Llevaba alejado del grupo desde hace más de dos años, después de que a principios de 2011 contrajera una fascitis necrotizante a causa de la picadura de una araña.
Me enteré de la noticia la madrugada del sábado, en medio de la vorágine festiva en la que estaba inmerso mi pueblo -y también servidor-, pero eso no evitó que sintiera en el estómago una especie de vacío que solo puede generar la pérdida de una persona cercana, pese a lo distante de su universo y el mío: no en vano, hará ya unos 25 años desde que me desvirgué con los brutales riffs sobre los que se construyen los diez temas de «Reign in Blood», bajo mi modesta opinión el mejor disco de metal de todos los tiempos. Y desde entonces, Hanneman y sus tres compinches (King, Araya y Lombardo) siempre han tenido reservado un hueco muy especial en el aparato reproductor de casa.
Ocurre que, en fiestas, lo que acontece más allá de tus calles y plazas es como si no existiera. Así pues, prácticamente me olvidé de Hanneman hasta que volví al mundo de los vivos: es decir, cuando el lunes regresé al trabajo. Y en un ejercicio entre inocente y curioso, me dio por mirar cómo se recogió la noticia en los periódicos que llegan a esta santa redacción. Breve por aquí, breve por allá; algún bajo más rellenito por acá, otro breve por allí... Si les soy sincero, no esperaba aperturas como las que hoy, seguro, se lleva Alfredo Landa, pero tampoco ocho líneas en una esquinita de la página par...
No sé cuándo ciertos géneros musicales y artistas (grandes compositores e intérpretes en muchos casos) han pasado de tener mala prensa a no tenerla. Por eso he decidido rebelarme y escribir sobre Hanneman en lugar de sobre la crisis, el proceso o la corrupción. Porque alguien debía hacerlo.