Regreso de Deep Purple marcado por el recuerdo y admiración hacia Jon Lord
Tras ocho años sin grabación de estudio, diecinueve discos, al margen directos y recopilas, y más de cuarenta años de carrera, Deep Purple publica «Now what?!», número 1 en países como Alemania, Austria o Chequia, 3 en Rusia, 19 en Gran Bretaña y 115 en EEUU. Los Purple le dedican dos canciones al fallecido Jon Lord, «Above and beyond» y «Uncommon man».
Pablo CABEZA | BILBO
Con los discos de estos grupos tan veteranos, Stooges hace poco, Deep Purple en esta ocasión, se corre la tentación de desear apalearlos por insistir y desvirtuar su historia mediante proyectos que resisten con dificultades una mínima comparación con su «legítimo» pasado. «Now what?!» no es una excepción, ya que poco o nada tiene que ver con los discos de los Purple de finales de los sesenta o los setenta (siguen Ian Gillan, Roger Glover y Ian Paice) por lo que sería más equilibrado tratar el trabajo desde una perspectiva actual, sin prejuicios.
Escuchado las veces necesarias, y aun así, la conclusión resulta compleja. ¿Son los Deep Purple que la historia encumbró? Algo queda, pero si se tuviese que elegir entre el mediocre «Who do we think we are» (1973) o este «Now what?!», ganaría el primero; sin embargo, «Now what?!» es un disco con más cualidades musicales, más fibroso e inspirado. Paradójico, pero así suelen ser estos casos viciados por los recuerdos, el corazón y los espejismos que produce el transcurrir del tiempo.
Con todo, si alguien necesita una conclusión y no divagaciones, no encontrará una respuesta directa, rotunda, «Now what?!» no la tiene o, si acaso, es vaga: es un disco muy digno, no contiene concesiones, es perfecto instrumentalmente, pero no representa a aquellos Purple con canciones arrebatadoras. Rock y sinfónico se mezclan entre alguna guitarra hiriente, pero son los ritmos medios quienes ganan, con gran peso en los teclados de Don Airey más una base rítmica impecable, especialmente el bajo de Roger Glover. Hay mucha clase en cada fraseo, incluso dignidad, pero ninguna canción que añadir a su histórico listado. Ni bueno ni malo, pero tampoco indiferente. Es un disco honesto, con vieja cultura, tramas de ayer y sonido de hoy. No es un fracaso, no es un acierto, pero se gana la estima. Es un disco de afirmaciones y negaciones a las que siempre les sigue un pero.
Canciones
«A simple song» comienza con una guitarra como el Blackmore de «Cuando un ciego llora». Se inicia balada y torna rockera hasta desembocar crepuscular.
«Weirdistan» es la más rock fussion de todo el disco. «Out of hand» posee una agradable línea melódica con intenciones que nos recuerdan, por momentos, al Led Zeppelin de «Physical graffiti».
Resulta bastante ridículo escuchar a los Purple un estribillo heavy metal, pero ahí está en «Hell to pay». La concesión, la única de todo el disco, la alivia Don Airey al trasladar "Hell to play" al terreno sinfónico.
«Body line» es prescindible, puro soft-rock. En «Above and beyond" el primer minuto es puro sinfónico, Yes con Rick Wakeman. Guillan canta como si fuera Ian Anderson. Vuelven a Yes y concluye un corte correcto.
En parte, «Blood from a Stone» se parece a los Doors en «Riders on the stom», la atmósfera es muy parecida. Es una de las piezas claves del disco.
Entrada sinfónica con las teclas de colchón, arreglos de cuerda y la guitarra de Steve flotando, jugando más con el sonido que con una escala o solo. Lo que no se espera es que a los cinco minutos (dura siete) torne hacia un terreno que la sitúa en el inicio del viejo «Child in time», quizá porque el tema está dedicado, de nuevo, a Jon Lord. «Uncommon man» es uno de los títulos más originales.
Dos segundos de silencio y suena "Après vous", que se inicia como si fuesen, otra vez, Yes. El reto dura treinta segundos, los necesarios para que el grupo ataque con una anodina composición que va desde el rock sicodélico de los Purple del 68/69 hasta el presente, justo cuando "Après vous" da esquinazo y torna una mezcla de los franceses Air calentando la atmósfera con Yes esperándoles a la salida de la discoteca, para concluir con el sonido Purple, si existe ahora.
"All the time in the world" busca el ritmo medio, una melodía amable, un guitarrazo por aquí, unas teclas por debajo y un estribillo tatareable. La medio balada funciona, pero tampoco la escojan para celebrar algo tan solemne como una boda moderna en una vieja iglesia.
«Vincent Price» cierra álbum. El inicio suena tenso, como corresponde al título y texto. Pasan tres minutos y cuesta adivinar qué tipo de canción purpeliana es esta. La intrascendencia trasciende. Entra Steve Morse, imita a Ritchie Blackmore, juega con las notas y le da sentido al folio en blanco. Vuelve Guillan pega un grito, suena un cañonazo y todo se desvanece en lo que será el sorprendente, por flojo, segundo single del álbum.
Han vuelto los «parpel», grandes con la gloria mellada.
Si Deep Purple pasara por un detector de metales con «Now what?!» en el bolso, no saltaría la alarma: sus once canciones, más un rock and roll de tema extra, se inclinan por el rock sinfónico frente al rock duro.