CRíTICA: «Objetivo: La Casa Blanca»
Dando ideas a los potenciales enemigos del Imperio
Mikel INSAUSTI
El cine es el fiel reflejo de la sociedad, y el género de acción de Hollywood permite definir la estrategia beligerante sobre la cual se asienta el poder económico y político estadounidenses. Los guionistas, como los militares del Pentágono, necesitan de enemigos potenciales repartidos por la geografía del planeta, o incluso venidos del espacio exterior si hace falta, para justificar el consiguiente despliegue armamentístico. La paranoia es el alimento de los dioses, y nada más ilustrativo que el título original de «Objetivo: La Casa Blanca», que es exactamente «Olympus Has Fallen». El hecho de acudir a la mitología grecorromana para indicar un ataque al Olimpo presidencial, lo dice todo respecto a la mentalidad imperialista que subyace detrás.
Mirado de otra forma, «Olimpo ha caído» es un título más propio de una tragedia clásica o de un gran drama épico. Sin embargo, la película es todo lo contrario, puesto que el siempre notable cineasta afroamericano Antoine Fuqua le imprime su característico estilo de serie B, visualmente tan descarnado y pegado a la realidad violenta. Fuqua sabe muy bien que está haciendo en esta ocasión de mercenario al servicio del productor Avi Lerner, un tío listo que invirtiendo menos dinero que otros es capaz de aparentar que tiene entre manos toda una superproducción. Su método consiste en trabajar más rápido que la competencia, al manejar menos medios. Y así es cómo le ha tomado la delantera a Roland Emmerich, responsable de la mastodóntica «Asalto al poder», que contiene un argumento bastante similar, por no decir casi calcado.
Fuqua luce su pericia técnica para la planificación vibrante del asalto al edificio principal, dejando los jardines como escenario para una batalla a escala, desplegada a la manera de un juego de estrategia de los de mesa. Pero lo suyo no es la grandeza, sabiendo ironizar con respecto al tan obvio mensaje patriotero, mediante unos personajes conscientemente autoparódicos, lo que se puede observar en el héroe de la función encarnado por el escocés Gerard Butler, que se ríe de su legendaria imagen del Rey Leonidas en el colosal peplum «300».