jesús gonzález pazos | mugarik gabe
Enseñanzas sobre la crisis desde América Latina
Hartos y hartas estamos de escuchar rimbombantes declaraciones que pretenden mantener como una verdad indiscutible la pretendida superioridad histórica, social, cultural y, sobre todo, política de Europa sobre América Latina, llegándose a esgrimir como insulto descalificador hacia otras fuerzas sociales y políticas que pretenden simplemente evidenciar que América Latina ha escogido otros caminos y está avanzando en la estructuración de sistemas políticos, sociales y económicos diferentes al neoliberal, dominante en Europa. Y además, estas mismas fuerzas apuntan la necesidad de conocer y tener en consideración estos nuevos planteamientos como alternativas posibles, aunque siempre desde la conciencia de vivir realidades diversas y que no es posible ni deseable, por lo tanto, la repetición pura y simple.
Condenan esas alternativas para estigmatizar la existencia de otras opciones como posibles alternativas al sistema que nos imponen y nos ahoga cada día más. Sobre todo porque su gran preocupación se encuentra en la posibilidad de que la población gire su mirada hacia otros procesos, descubra que hay alternativas y decida optar por buscar soberanamente otras opciones, dando definitivamente la espalda al modelo depredador, insolidario e injusto en que se está hundiendo el modelo dominante.
Nos dicen que no podemos mirar hacia América Latina porque nada tienen que ver los procesos de ese continente con las posibles y ya urgentes soluciones a la grave situación de crisis sistémica que vivimos en el hasta hace poco conocido como el mundo rico, «la vieja Europa cuna de la civilización». Y todo esto aunque sea demostrable que lo que en América Latina falló en las últimas décadas del siglo pasado y lo que ahora falla en este lado del mar es en gran medida lo mismo, la imposición absoluta del poder e intereses económicos sobre el poder político y social y sobre los intereses de las mayorías.
Por eso, hartos y hartas estamos de escuchar el aparente insulto descalificador que resumen en reduccionismos del tipo «pretenden una alternativa bolivariana», como si ésta fuera una opción política o económica imposible, propia de las cavernas, o de tiempos más recientes pero siempre pasados y superados. Y todo ello se dice desde el pedestal insultante de esa pretendida superioridad de la vieja civilización europea, que habla como si no tuviera oponente ni alternancia posible. Sin embargo, es precisamente esa Europa la que hoy se debate sin soluciones que no supongan un agravamiento de las condiciones de vida de las mayorías, mientras trata de desdeñar a quienes sí han sabido encontrar otros caminos, otras opciones posibles desde su soberanía y dignidad, y como respuesta a la crisis (estafa) ya vivida allí en las décadas recientes.
Veamos, o mejor dicho, pongamos sobre la mesa algunos elementos de la historia crítica vivida en América Latina en los últimos tiempos para poder ver mejor si existen realmente tantas pretendidas diferencias con nuestra realidad de hoy.
El fin de las dictaduras militares en los años 80 del siglo pasado colocó a América Latina en una nueva etapa, la de los regímenes democráticos que pretendían construirse a imagen y semejanza de Europa y usando, en muchos casos, a la transición española como modelo. Sin embargo, el ultraliberalismo económico no es compañero natural de la democracia ni del liberalismo político, y ahora nuevamente se ha demostrado ese principio como tal. Instancias como el FMI, el BM o el BID (Banco Interamericano de Desarrollo) pusieron en práctica los dictados de la Escuela de Chicago, cuna del neoliberalismo más ortodoxo, definiendo y profundizando el dominio de los poderes económicos sobre los políticos.
Se produce entonces la conocida como crisis de la deuda (sustitúyase hoy por burbuja inmobiliaria y financiera) que se ocasiona como consecuencia de lo que podríamos denominar como liberalización de los intereses bancarios. Así, la mayoría de los países del sur verán como de la noche a la mañana se dispara su endeudamiento hasta niveles impagables. El paso siguiente es forzar las políticas para que estos países respondan a las demandas de pago, lo que trae medidas de ajustes estructurales, recortes drásticos del ya por entonces reducido gasto público, privatización de los sectores estratégicos de la producción o de aquellos otros hasta entonces públicos (salud, educación...). Otros elementos serán la caída del salario real, el deterioro de la inversión social o la evasión continua de capitales y la corrupción descontrolada. Asimismo, todas las medidas impuestas se dirigirán a la práctica desaparición del estado, de la política, que asume ahora el papel de simple y obediente administrador de los dictados del poder económico. El corolario de todo ello pasa por la destrucción de la siempre exigua clase media, el empobrecimiento de la mayoría de la población y el aumento enorme de la brecha de la desigualdad; será la edad dorada para unos pocos y la edad oscura para las mayorías sociales.
En este contexto global del continente y parafraseando al gran historiador británico E. Hobsbawn, hay que recordar que América Latina siempre ha sido una zona de revolución, realizada, inminente o posible. Así, el escenario final de esta etapa de políticas neoliberales permite entender mejor que estaban dadas todas las condiciones necesarias para iniciar un nuevo ciclo (rebelde) que se va a abrir en los últimos años del siglo XX y que se ha ido agudizando y estructurando en sus nuevas y diversas alternativas transformadoras. Los niveles de desigualdad y de injusticia social nuevamente habían llegado a máximos insoportables y la población entendía que el sistema impuesto no era mínimamente aceptable, abriéndose caminos diferentes en los distintos países, pero con una coincidencia grande en la necesidad de buscar y plantear alternativas de mayor equidad y justicia social, así como de verdadera democracia, supliendo el vaciamiento que de ésta habían hecho las élites.
Se irá imponiendo ahora el control del estado sobre la economía y la política volverá a centrarse como eje articulador de las nuevas propuestas, ya hablemos de modelos de economía diversos, ya de nuevas estructuras estatales. Se toman así decisiones para la nacionalización de los sectores estratégicos anteriormente privatizados. Igualmente se abren caminos para la universalización de la salud y la educación, se procura una mayor atención de los más mayores y dependientes, o se explora en la democracia participativa, superando la meramente representativa que fija su característica más importante en el voto cada ciertos años.
Y todo lo anterior, teniendo presente en gran medida la necesidad de profundizar en un inacabado proceso de descolonización y despatriarcalización, para que las bases, no solo políticas o económicas sino también sociales, culturales y éticas, de las nuevas sociedades sean realmente nuevas y más justas. Así, América Latina se constituye hoy en un espacio histórico de cambios y transformaciones desde el laboratorio político, económico, social y cultural en que se ha convertido para articular nuevos procesos y sistemas.
Esto último es, de una u otra forma, lo que Europa hizo durante siglos y que hoy no reconoce haber perdido en ello la iniciativa. Se niega a asumir esa pérdida de protagonismo y sigue anclada en un reflejo engañoso de pretendida superioridad. La clase política y mediática sigue instalada en el menosprecio de América Latina como generadora de alternativas. Esa misma clase, se esconde para mantener su modelo dominante y poder, en el análisis de las carencias que el continente americano tiene, siempre bajo el prisma de que éste debe de llegar a ser la imagen y semejanza deseada según sus viejos postulados ideológicos. Así, sigue centrando su pobre análisis de América Latina en la aparente inmadurez política, en acusaciones de debilidad institucional, en unas no consolidadas estructuras democráticas o en insuficientes reformas económicas. Siguen pretendiendo dictar el camino sin percibir el fracaso de sus propios modelos y su falta total de derecho para ello.
Por todo lo anterior, se hace evidente el interrogante sobre si no hay más que un parecido sospechoso entre la generación y medidas adoptadas durante la crisis y sus graves consecuencias sobre la población en el continente latinoamericano en los finales del pasado siglo y lo que hoy vivimos (sufrimos) en la vieja periferia europea. Si la respuesta es afirmativa, igual hay que ponerse a trabajar porque también la segunda parte, la de la búsqueda de alternativas posibles al sistema dominante sea una realidad. Y América Latina puede tener para aportarnos más de lo que muchos intereses económicos y mediáticos hoy sostienen.