Es posible que no se le de a «Un amigo para Frank» la importancia que realmente tiene, por ser una modesta ópera prima hecha dentro del cine independiente. Ya se nos ha olvidado que para un debutante el alcanzar el éxito artístico por el camino de la sencillez era una virtud, la que posee Jake Schreier, que fuera teclista del grupo Francis and the Lights, quien ahora se encarga de la banda sonora de la película.

El chico, premiado en Sundance y en Sitges, ha sabido dejar la pretenciosidad de lado, cediendo todo el protagonismo de la función al gran actor Frank Langella, quien no tiene problemas para interactuar con un robot o cualquier cosa que le pongan delante. El acierto del relato es mantener en todo momento el tono costumbrista, ya que su objetivo es describir el papel cada vez más influyente que ocupa la tecnología en nuestras vidas.

A esa cotidianidad contribuye el hecho de que el modelo de robot doméstico utilizado resulte reconocible, pues se trata del ASIMO, creado en Japón hace ya trece años. Es un prototipo que resulta familiar, sobre todo en comparación con cuantos se muestran en los títulos de crédito finales, fruto de experimentos, en muchos casos a cargo de estudiantes o aficionados a la electrónica.

El veterano actor Frank Langella borda uno de esos papeles que sirven como colofón a una larga carrera, muy en la línea de lo que Clint Eastwood hizo en su película «Gran Torino». También se trata de un viejo cascarrabias al que le cuesta adaptarse a los tiempos modernos y que habrá de superar el rechazo inicial que le produce la presencia de un cuidador robotizado en su casa.

Para hacer más creíble su papel, aparece como un ladrón retirado, al que le empieza a afectar la pérdida de memoria. Sus hijos intentan protegerle, pues no le creen capaz de valerse por sí mismo. O le ingresan en una residencia para ancianos o se acostumbra al robot.