Cómo preguntar qué falla cuando falla todo
La muerte de Amagoia Elezkano a manos de su pareja ha vuelto a golpear a este país como solo un crimen así puede hacerlo. La conmoción en estos casos es inmediata y el nombre de la víctima se añade a una lista que casi nadie confía en que no siga creciendo. Porque pronto el espanto dejará paso al estupor, y cuando dentro de un tiempo solo los allegados de la joven orozkoarra la tengan presente, la versión más brutal de la violencia machista volverá a acongojarnos.
Las muestras de condena, repudio y dolor ante lo ocurrido en Laudio en la madrugada de ayer fueron generalizadas y contundentes, y nada se podrá reprochar al contenido de las declaraciones consensuadas por partidos e instituciones. Sin embargo, de poco sirven tales pronunciamientos si no pueden evitar que dentro de unas horas, unos días o unas semanas, otra mujer pierda la vida a manos de su agresor. Y no pueden evitarlo. No pueden porque la violencia machista es consecuencia de un sistema que sigue castigando el hecho de haber nacido mujer. Es un síntoma de un problema sistémico, un síntoma extremo y de consecuencias muchas veces irreparables, pero un síntoma. La pregunta, por tanto, es si estamos dispuestos a cambiar por completo ese sistema, a no admitir que haya ámbitos de discriminación aceptables y a asumir que cualquier ofensa sufrida por una persona por su condición de mujer es siempre una agresión. Sin matices.
Porque cómo preguntarse qué es lo que falla, como suele hacerse cada vez que una mujer muere a manos de un hombre, cuando falla todo. Cuando no hay un solo espacio social en el que la mujer no esté discriminada, sin que este hecho reciba mayor respuesta que algunas movilizaciones puntuales. Y cuando incluso en los centros escolares se reproducen algunas actitudes que son desalentadoras para quien aspira a desterrar el machismo. Esta sociedad aun no se ha ganado el derecho a hacerse ese tipo de preguntas; cuando se lo gane, probablemente ya no tendrá que hacérselas.