Las circunstancias de la muerte de un soldado británico en el ataque de Woolwich, cuyas imágenes han dado la vuelta al mundo, han creado un estado de conmoción generalizado en Gran Bretaña, donde grupos de extrema derecha se han apresurado a aprovechar la oportunidad, explotando el prejuicio y el seudopatriotismo, para llamar a la «caza del musulmán», mientras el Gobierno de David Cameron repite que los hechos «nada tienen que ver con Irak y Afganistán» sino que son un «ataque a nuestra forma de vida». Sí, conviene rechazar todo tipo de amalgama, pero conviene también subrayar que la perversa política exterior británica y las guerras de ocupación que mantiene en diversos países musulmanes han provocado baños de sangre que engendran un sentimiento de injusticia y de odio que, ocasional- mente, se reproduce en casa.

Los «expertos» repiten ahora la teoría del «lobo solitario» que actúa al azar mediante ataques no sofisticados. Afirman que Woolwich, Toulouse, Boston o la muerte del cineasta Theo Van Gogh en Amsterdam siguen el mismo patrón. Harían mejor en no negar el rol que juegan sus guerras imperiales en países musulmanes.