NARRATIVA
Escribir con el cuerpo helado
Iñaki URDANIBIA
Según el escritor ruso, el testigo escribía con el cuerpo. Algo parecido afirmaba Aharón Appelfeld al decir que él escribía algunos capítulos de sus libros después de haber logrado «escuchar a su cuerpo».
La búsqueda del tono apropiado ha preocupado a todos aquellos que han tratado de dar cuenta de sus terribles experiencias en distintos encierros y ha hecho correr muchas tinta, ya que siempre existe el riesgo de que si se convierte el testimonio en arte se embellece el horror (Günther Anders), de ahí que haya que hallar una cierta distancia, como era el empeño repetido por Primo Levi, por dar testimonio, alejando su prosa de la dimensión literaria.
Shalámov, hablando de la «nueva prosa», rechaza toda relación con la literatura ( «trato de escribir no un relato, sino algo que no sea literatura»), del mismo modo que Elie Wiesel se oponía con pasión a unir la literatura con el relato de la Shoa.
No es cuestión de discutir el asunto, mas, quieran o no los citados, sus testimonios o narraciones inspirados en la situación vivida son literatura y de alto voltaje.
Sentenciaba Herzen que lo que «no se atreve a decirse no existe más que a medias», pues bien los veintitantos años que padeció encerrado Shalámov no los dejó pasar al mundo del olvido sino que los fue escribiendo sobre la marcha, gracias -según señala él mismo- a sus trabajos de ayudante médico y en alguna empresa de carbón: «he pasado aproximadamente veintidós años en los campos y en el exilio. En el fondo, no soy viejo todavía porque el tiempo se detiene sobre el umbral de este mundo en el que he pasado veinte años».
Las condiciones de escritura parecen contagiar el repliegue del autor ante la dificultad de establecer unas saneadas relaciones entre detenidos y, así, el narrador se convierte casi -salvando las distancias, como San Francisco de Asís- en un amante, e interlocutor, de los árboles, y estrecha sus lazos con los animales ante la desesperanza de evitar la destrucción de la comunidad humana, que en aquel universo concentracionario se respiraba.
En la mayúscula iniciativa que está llevando a cabo la editorial Minúscula, quien ha publicado en su integridad los «Relatos de Kolymá», ve la luz ahora el quinto volumen, y penúltimo de la obra esencial de Shalámov (Vólgda, 1907 - Moscú, 1982); el sexto volumen estará dedicado a algunos ensayos del escritor.
Una veintena de relatos que continúan la obra de las anteriores entregas y en los que experimentamos la vida de los zeks, el frío, el paisaje blanco, el hambre... la infinitud que en aquella inmensidad ( tanto del lugar como del desastre) se respiraba y que, a través de saltos y fogonazos, nos transmite el autor en sintonía con la pérdida, o la dilatación de las coordenadas espacio-temporales.
El «yo» del escritor se multiplica y da lugar a las palabras y a las experiencias de otros.
Shalámov halla las palabras y juega con ellas para entregarnos la imagen de lo vivido, de lo sufrido en aquellos lares de «frío negro».
Los relatos de este volumen fueron escritos a principios de la década de los setenta, cuando la salud de Varlam Shalámov ya estaba ampliamente quebrada, factor que no hace, para nada, que su escritura se resienta y decaiga, sino que su fuerza reside en el verbo, en la poesía. El mismo autor declara: «si no pierdo mis fuerzas, si puedo decir alguna cosa, es que tú eres mi voluntad y mi fuerza».
El escritor nos ofrece una lectura conmovedora a través de la que intenta trasmitirnos el horror en que se vivía al borde de la muerte, bajo el efecto del hambre, del frío, del trabajo forzado y de los golpes... pero también nos habla de la salvación -como, queda dicho, y nos relata en «El guante»- por medio de los médicos.
La voz de un superviviente, el grito de una voz herida que se convirtió en los ojos abiertos del gran norte... allá donde los detenidos cantaban: «Kolymá, Kolymá, oh planeta encantado: / El invierno tiene doce meses. Todo el resto, es el verano...».