Siamak Khatami | Politólogo y profesor universitario
Siria a sangre y fuego: ¿descanse en paz?
Ninguno de los que, desde otros países, quieren la desaparición del régimen actual de Siria parece haberse molestado en pensar cómo sería el sistema político futuro de Siria si cae el régimen de al-Asad
Lo que empezó en Siria como parte de la (mal) llamada «Primavera árabe» en 2011, ya ha degenerado en lo que muchas fuentes europeas y norteamericanas están llamando la «guerra civil siria» aunque, curiosamente, los medios de comunicación del Estado español todavía no han usado ese término para referirse a lo que está pasando en el levante árabe. Ya hay más de 80,000 muertos, y cientos de miles de refugiados repartidos, en su mayoría, entre Turquía y Jordania. Jordania ya era bastante débil y frágil, y el flujo de refugiados sirios ha empezado a causar temores de que todo el Estado jordano puede caer, víctima del conflicto sangriento en su vecino del norte. Y en Turquía, tanto los servicios de inteligencia sirios como elementos violentos de entre los grupos opositores, se han infiltrado en los campos de refugiados sirios, y han extendido consigo la guerra civil hasta el territorio turco, causando, a su vez, que muchos turcos ya empiecen a mostrar su oposición a la política de su propio gobierno por haberse involucrado en el conflicto sirio, además de manifestarse en las calles a favor de que devuelvan a todos los refugiados sirios a su país.
Con estos datos, ya se puede decir que el presidente de Siria, Bashar al-Asad, ha sobrepasado con creces la mayor atrocidad con la que se le conoce a su padre -y su antecesor en la Presidencia- Hafiz al-Asad, quien reprimió un levantamiento de los islamistas de los Hermanos Mu- sulmanes en la ciudad de Homs, la tercera ciudad más importante de Siria, en 1982 con un saldo de entre 10,000 y 20,000 muertos (la cifra exacta nunca se ha llegado a conocer).
Hay reuniones internacionales entre líderes de distintos países europeos y los Estados Unidos para hablar del conflicto en Siria, y también ha habido eventos como la reunión, en Madrid, de representantes de algunos grupos opositores al régimen de al-Asad para buscar alguna manera de que se acercaran esos grupos y formaran alianzas entre ellos. Sin embargo, las discusiones entre los líderes internacionales no han dado ningún resultado concreto -no hay absolutamente ningún plan concreto respecto a qué hacer, y cada gobierno intenta buscar la manera de servir a sus propios intereses-.
Ningún gobierno occidental considera ya la opción de una intervención militar en Siria -la «excusa» para tal intervención, habría sido «razones humanitarias»-; sin embargo, con más de 80.000 muertos, y con cientos de miles de refugiados, una intervención «humanitaria» a estas alturas ya no tendría ningún sentido. Mientras tanto, Irán y su aliado libanés, el movimiento Hizbolah («Partido de Dios») sí que están interviniendo militarmente al lado de su aliado, el régimen sirio -algunos de sus éxitos más recientes en el campo de batalla, se deben, precisamente, a la ayuda iraní y libanesa-.
Los gobiernos occidentales están pensando, más bien, en otras cuestiones. Obama dibujó hace meses una «línea roja»: si el gobierno de al-Asad usaba armas químicas iba a haber una intervención militar contra de ese gobierno. Sin embargo, las armas químicas ya se han usado, y Obama cambió su palabra, bajo la excusa de que no había suficientes pruebas de qué armas químicas se habían usado de verdad. Claro que, mientras tanto, en Siria, el Gobierno y la oposición se apuntan mutuamente con el dedo acusatorio por el uso de las armas químicas. Todo esto no deja de amenazar con convertir a EEUU en lo que los chinos ya llamaron durante los años 1970: un «tigre de papel», que ruge con mucho ruido, pero que no crea ningún miedo a nadie. Sea como fuera, los gobiernos occidentales ya están pensando solo en cuestiones como, por ejemplo, cómo prevenir que las armas químicas del régimen sirio caigan bajo el control de los opositores, o cómo ayudar a los opositores sin que su ayuda llegue a los grupos islamistas más radicales.
Para Arabia Saudí, esta última cuestión no importa: su régimen proporciona ingentes cantidades de dinero a los opositores, y no le importa nada que una gran parte de esa ayuda llegue a los islamistas más radicales. Es allí donde difieren los intereses saudíes de los occi- dentales. Lo único que importa a los saudíes, es que Siria, bajo otro régimen, deje de ser aliado de Irán.
Pero, ¿alguien ha pensado en el futuro de Siria? Los saudíes solo piensan en su propio interés. Turquía tampoco piensa en los sirios: quiere que los refugiados sirios dejen de continuar huyendo hacia Turquía y causar problemas para su gobierno, y también quiere reducir la influencia de Irán. Los rusos y los chinos quieren prevenir que EEUU y la UE lleguen a controlar el destino de Siria a su propia costa (la cuestión es más importante para Rusia, que tiene una base militar en Siria). Los europeos y norteamericanos, a su vez, quieren, precisamente, una Siria que esté más bajo su influencia y deje de ser aliada de Irán.
Mientras tanto, el extremo faccionalismo que ya se ve entre los grupos opositores al régimen de al-Asad, algo común en toda la política siria hasta que, en 1970, Hafiz al-Asad (cuyo apellido se traduce en «león»: de allí su apodo de «El León de Siria») se hizo con la presidencia en un golpe de estado y proporcionó el único período de estabilidad en la política de su país. Ahora, toda Siria está bajo el peligro de desintegrarse bajo la presidencia de su hijo, Bashar al-Asad. Ninguno de los que, desde otros países, quieren la desaparición del régimen actual de Siria parece haberse molestado en pensar cómo sería el sistema político futuro de Siria si cae el régimen de al-Asad -si vamos a volver a un faccionalismo extremo, en el que cada secta, cada grupo, cada etnia reclamen una parte del país como «suyo», y que Siria se mantenga unida solo sobre el papel-. Los opositores internos del régimen sirio sí que saben el tipo de futuro que quieren -pero ese futuro definitivamente no es democrático ni libre: más bien, consiste en algún tipo de islamismo, probablemente radical porque los radicales son los grupos más fuertes entre los opositores-, y si cae al-Asad, son ellos los que van a hacerse con el poder.
Creo que un cambio de régimen en Siria sería algo que sería más positivo si se lleva a cabo en el medio plazo, no algo inmediato, porque un cambio inmediato significaría la irremediable llegada al poder de los más radicales, los más fanáticamente islamistas.
¿Cuáles son algunas de las cosas que se pueden hacer para contribuir a ese cambio de régimen más «positivo»? Algo que podemos hacer es presionar para que también se modifique el sistema electoral sirio, para que en las futuras elecciones, los partidos políticos no solo tengan que competir por obtener porcentajes de voto popular, sino que también estén obligados de obtener ciertos porcentajes de voto en, digamos, al menos tres regiones, o provincias, diferentes del país. Para que los partidos políticos del país no sean sectarios y representen al pueblo sirio en su conjunto.
Las inversiones extranjeras tendrán que diseñarse para que se empleen en proyectos que proporcionen trabajo para personas de distintas sectas y etnias, dándoles un futuro mejor a todas ellas dentro de una Siria unida, en vez de enfrentarnos a la posibilidad de que Siria se fragmente en numerosos países más pequeños y más pobres que ahora, con algunos de esos países bajo el control de fanáticos.
Muchas veces, los diferentes bandos en un conflicto armado deciden intentar hacer las paces solo cuando ven que los costes de hacer la guerra son más altos que los costes de hacer la paz. Occidente tiene que colaborar con Rusia y China, y posiblemente también con Irán, para que todos coordinen sus políticas, para que comercien con Siria, proporcionen ayuda económica e inviertan en Siria, y tengan relaciones diplomáticas normales solo si los grupos haciendo la guerra en Siria se sientan en una mesa de paz y de verdad llegan a firmar la paz entre ellos. Hay que hacerles ver que, si no, Siria no tendrá ningún otro futuro que un país completamente aislado, pobre, subdesarrollado, sin buenas perspectivas futuras. Claro que en cada grupo, habrá personas que nunca van a querer hacer la paz: por ejemplo, madres y padres que han visto a sus hijos morir en la guerra civil siria. Sin embargo, esas personas serán una pequeña minoría en la población total de Siria, una población que va a ver que sus únicas perspectivas para mejorar van a realizarse si llega la paz que todos deseamos para Siria.
Los lectores se darán cuenta de que lo mencionado aquí no solo depende de la buena voluntad de los sirios. También depende de la existencia de una voluntad en el escenario internacional, entre líderes de diferentes países, para llegar a acuerdos entre ellos. Esto no puede realizarse si los líderes de EEUU y la Unión Europea no se ponen de acuerdo con Rusia, China y, sobre todo, con Irán. Pero no hay ninguna otra alternativa futura para Siria. Ninguna. Y, de paso, el caso sirio puede proporcionar una buena ocasión para un acercamiento incluso más profundo, no solo respecto a la guerra civil siria, sino también buscando una solución adecuada y satisfactoria para todos respecto a la cuestión de la energía atómica en Irán y sus aplicaciones.