De la obsesión contra la ikurriña al ridículo mundial
UPN ya había dejado claro, especialmente tras el escándalo de la CAN, que ha perdido toda vergüenza, pero ayer el alcalde de Iruñea, Enrique Maya, fue más allá y demostró que tampoco tienen el más mínimo sentido del ridículo. Como el conductor que sufre miedo a adelantar un camión, en vez de acelerar y salir del embrollo cuanto antes, frenó e hizo que lo que con la inestimable ayuda de medios afines podía pasar por anecdótico apareciera como un problema político a la vista de todo el mundo.
Teniendo en cuenta la dimensión global de la ``Fiesta'' de Ernest Hemingway, atrasar el chupinazo 20 minutos porque hay una ikurriña en la plaza constituye un ridículo de nivel planetario, máxime cuando se trata una bandera que está vetada en el Consistorio pese a que una parte importante de la representación política del mismo considera propio ese símbolo. Y más aún cuando cualquier otra bandera -o balón publicitario o muñeca hinchable...- no tiene problema alguno para lucir en ese escenario. Por no hablar del ridículo que supone montar semejante dispositivo represivo solo para que no entren «los vascos» -que son ciudadanos navarros- con sus banderas -que lo son también de Nafarroa-, llegando a agredir para ello a esos ciudadanos y a representantes políticos. Toda esa parafernalia para que finalmente te cuelen una ikurriña de dimensiones mayúsculas en medio de la plaza y en el plano central de la televisión. Insólito, pero lógico. En sanfermines es común hacer el ridículo en uno u otro momento, pero Enrique Maya -y con él Eduardo Vall y quienes de una u otra forma criticaron esta acción- han roto marcas.
Lo sucedido ayer en el chupinazo tiene su origen en la obsesión de los mandatarios unionistas por hacer ver que la ikurriña es una símbolo ajeno a los navarros, cuando es evidente que una gran parte de la sociedad navarra se siente representada por esa bandera, por no entrar a mencionar las evidencias históricas, culturales y científicas que ponen de manifiesto que lo verdaderamente ficticio es concebir a Nafarroa de espaldas al resto de provincias vascas.
Esa obsesión se concreta en la inefable Ley de Símbolos, fomentada expresamente para vetar la ikurriña en 2003 por Miguel Sanz, hoy denostado generalizadamente pero cuyo invento antidemocrático dejado huella. Ahí está el actual afán de las autoridades españolas por imponer la bandera española en los ayuntamientos vascos a toda costa, contra la voluntad popular. La obsesión por las banderas, por tanto, no se da precisamente por parte de los vascos, sino de quienes intentan negar la existencia de Euskal Herria, representada por ese y otros muchos símbolos. Resulta bastante sonrojante que haya representantes políticos que se proclaman abertzales, o simplemente demócratas, y aparenten desconocer estos antecedentes para llegar a criticar la protesta popular de ayer.
Una mala inversión política
Si no tienen sentido del ridículo ni vergüenza, tampoco andan sobrados de inteligencia política y estratégica. Prohibir y reprimir sentimientos, símbolos, creencias, realidades, no es una buena estrategia. A corto plazo los mandatarios pueden lograr su objetivo de vetar un hecho social, negar una realidad, hacer creer que ha dejado de existir, pero a medio plazo esa realidad se suele imponer, solo que reforzada por el efecto rebote.
Por poner un ejemplo ajeno a nuestro contexto y hasta cierto punto opuesto a nuestra concepción, para que lo entiendan mejor quienes -desde la tranquilidad de tener sus símbolos permitidos- repiten eso de «total, es un trapo», hoy por hoy los tres países más católicos del mundo, por encima del Vaticano, son Polonia, Croacia y Lituania, tres países en los que durante décadas la religión estuvo prohibida en una u otra medida. En el otro costado, lo estamos viendo ahora mismo en los países árabes: formaciones islámicas que han sido perseguidas logran un respaldo que tiene que ver con su práctica política popular pero que se ve reforzado por el sentimiento de persecución, así como por una lógica que indica que si los sátrapas anteriores no querían dejar hacer política a esos agentes, quizá es que estos tengan otro tipo de políticas que ofrecer.
Luchar para cambiar
El sistema político que ha hecho de Nafarroa cuestión de Estado está en descomposición. Tiene pies de barro y ninguna cabeza. Por eso es momento de jugar con inteligencia y solidez. Urge un cambio, pero un cambio real, no en clave de alternancia, sino en perspectiva estratégica, en clave de país y en la búsqueda permanente de un modelo social y político propio. En este sentido, resultan lamentables las declaraciones de Uxue Barkos, asumiendo que el problema es la ikurriña, no su prohibición. Entre otras cosas porque cualquier cambio político en Nafarroa pasa también por la enmienda de esa Ley de Símbolos, pensada para segregar y perseguir, no para garantizar derechos y libertades. Los derechos y las libertades de ciudadanas como Uxue Barkos, entre otros miles y miles.
La fiesta ha comenzado. Sin falsos optimismos y sin negar problemas y ausencias, hay mucho que celebrar. Entre otras cosas, la victoria popular de ayer, gracias a méritos propios y a errores ajenos. San Fermín es una fiesta a la vez local, nacional y universal. Un pueblo, una nación y un mundo que hay que cambiar luchando, siempre desde una lógica emancipadora. Una lógica de la que la fiesta es parte importante. Ondo pasa!