De las inexactitudes mediáticas al golpe de Estado preventivo
Dabid LAZKANOITURBURU
Anteayer hablé con unos amigos egipcios, liberal-progresistas. «Estad tranquilos y no os creáis lo que dicen algunos medios de comunicación occidentales. Aquí no ha habido ningún golpe de Estado y la Policía ha vuelto a controlar las calles».
Les agradecí la llamada telefónica y me alegré por su alegría. No me gustaría estar gobernado por los Hermanos Musulmanes y tengo más que suficiente con su variante occidental, la democracia cristiana (en sus distintas variantes, que van desde el PNV al PP).
Se me olvidó tranquilizarles a ellos, decirles que aquí los principales medios de comunicación han resuelto el problema: reconocen que ha sido un golpe de Estado pero no dudan a la vez en alabarlo, o cuando menos en disculparlo. Pero, al recordar mi olvido, un escalofrío recorrió mi espina dorsal.
Allí, y aquí, todos somos demócratas. Todos nos llenamos la boca al hablar de la mayoría. Mientras sea la nuestra.
La campaña contra los Hermanos Musulmanes arrancó desde la caída de Hosni Mubarak. Muchos, en Egipto y aquí, suspiraban por una revolución en la que la mitad más uno, de los egipcios, no se sintieran concernidos.
Insistían en que los islamistas se apuntaron tarde a las movilizaciones contra Mubarak. Algunos sosteníamos entonces que sin su concurso, la revuelta egipcia no habría triunfado y en que un futuro sin el islam político en Egipto era puro desideratum. Y el tiempo nos dio la razón.
El islamismo político (en su versión HM o salafista) ha ganado las cinco últimas elecciones celebradas en Egipto (Parlamentarias, al Senado, presidenciales, referéndum constitucional...) pero nada ha sido suficiente.
Dos son las líneas principales, y contradictorias, en la crítica al Gobierno de los Hermanos Musulmanes. Ambas coinciden en que en el corto período de un año los islamistas egipcios han dilapidado toda su credibilidad. Pero divergen absolutamente en el diagnóstico.
Para unos, doce meses han sido suficientes para demostrar la deriva autoritaria del Gobierno Morsi. El decreto presidencial de noviembre del año pasado, con el que ponía límites al poder judicial, habría sido, junto con la aprobación de la Constitución «islamista» y la persecución de los grandes medios de comunicación, la gota que colmó el vaso, junto con el alineamiento del «Nuevo Egipto» con la causa rebelde en Siria.
Otros analistas sostienen que el gran error de los Hermanos Musulmanes habría residido en su renuencia a la hora de poner coto a los «poderes fácticos», léase militares, jueces del antiguo régimen...
La realidad es polifacética pero, a la hora de justificar un desmán político como el que supone el derrocamiento de un gobierno legítimo, no puede ser una y la contraria.
Mienten quienes denuncian una deriva autoritaria del Gobierno de Mohamed Morsi. Los que denuncian su decreto de noviembre de 2012 saben perfectamente que su objetivo era sacudirse el control-imperio de la judicatura de Hosni Mubarak, la misma que puso fuera de la ley al Parlamento democráticamente elegido y la que llegó a acusar a Morsi de haber sido liberado durante la revolución de febrero de la prisión por un comando de Hamas y de ¡Hizbullah!.
Mienten quienes sostienen que los Hermanos Musulmanes tenían desde un principio la idea de hacer un gobierno a su medida. Cualquiera que haya seguido con un mínimo de interés la política egipcia recordará los insistentes llamamientos a la oposición revolucionaria -con ofertas del cargo de vicepresidente incluidas- para que participara en el Gobierno.
Mienten quienes aseguran que los HM diseñaron una constitución a su imagen y semejanza. La oposición decidió abandonar los debates y el proyecto que fue finalmente aprobado diverge poco o nada en cuestiones religiosas del que estaba imperante con Mubarak (la sharia o ley islámica sigue siendo fuente de derecho) y era mucho más garantista en cuestiones de derechos humanos, y de salvaguardia de la revolución.
Otra cosa es el miedo atávico, y comprensible, a que los HM pudieran imponer su agenda, que no es el caso porque ni siquiera se les ha dado tiempo. Ocurre que estamos ante una suerte de golpe de Estado preventivo. Y lo que no vale para Bush y su secuaz Obama no debería servir para justificar desmanes en Egipto.
La otra línea, la que critica al Gobierno islamista por su inacción, es más inteligente pero peca del mismo error. Es indudable que Mohamed Morsi no ha cubierto expectativas que, por otro lado, nadie esperaba. El destituido presidente era una figura de segunda fila dentro de los Hermanos Musulmanes que fue cabeza de cartel precisamente por el veto militar al candidato natural.
Otra cosa es no reconocerle, siquiera, algún mérito, como el de haber mandado a casa a nada más y nada menos que al número dos del régimen de Mubarak, mariscal Tantawi, y a sus secuaces militares y de haber intentado mandar a casa, prejubilados, a los jueces de Mubarak, e incluso de encarcelar a tanto vocero periodista al servicio del viejo régimen. Perdonen pero en eso no me mueve ningún resabio corporativistas, ni en Caracas o Quito ni en El Cairo.
La mejor prueba de ello es que los militares han puesto en el poder con el nombramiento como presidente interino, a un juez de Mubarak, Adly Mansur.
Mucho se habla sobre el incumplimiento por parte de los HM de las exigencias de pan (además de justicia y libertad) intrínsecas a la revolución democrática de febrero de 2011.
Nada se dice sobre la herencia envenenada de un estamento, el militar, que ha gobernado Egipto en los últimos decenios. Más aún, los HM estaban negociando un préstamo del FMI pero se negaban a la contrapartida de reducir las subvenciones a las clases populares (harina, productos básicos, carburante).
Y lo que es alucinante es que no han faltado críticas desde Occidente, ese mismo que justifica el golpe de Estado, a esa cerrazón.
No seré yo quien ponga la mano en el fuego por los HM. Y me temo que habrían sido capaces de eso y de más, incluso de imponer, siquiera dentro de su pragmatismo y como gota malaya, su agenda islamista. Pero lo que más me revuelve es el intento de aggiornamiento al que asistimos a la hora de disculpar, e incluso de aplaudir, la posición del Ejército egipcio.
Un ejército que nos presentan como «nacionalista» y, en nuestros lares, «abertzale». Tanto que recibe 1.300 millones de dólares anuales de EEUU como subvención, pero no a las arcas egipcias, sino directamente a la caja fuerte de su cuartel general.
Un ejército, en definitiva, muy abertzale en tanto en cuanto controla casi el 40% de la economía egipcia, cuando el empresariado de los HM, que existe desde su feudo del bazar, no mueve más del 10%.
En definitiva, tonterías las justas. No vale que nos creamos, o blandamos, a pies juntillas las 22 millones de firmas contra el Gobierno que anunció la oposición (Tamarrod) sin presentar prueba alguna. O los 18 millones de Egipcios (¡uno de cada cuatro!) que aseguran los militares salieron a la calle el pasado domingo. Recuerda al ¡Basta ya!
En definitiva, puedo entender, solidaridad obliga, que mis amigos egipcios me intenten convencer desde su natural angustia. Lo que no trago es con ruedas de molino que van rodando por aquí y que desafían cualquier análisis mínimamente riguroso.
Porque de eso se trata. De analizar con honradez, respeto y sin apriosimos lo que ocurre fuera de nuestras fronteras. Para eso nos pagan. Mal que les pese a mis amigos cairotas.