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REPORTAJE

Ventoux, un mito aparte

Ni los Alpes, ni los Pirineos, es una cima aislada, de las menos escaladas en el Tour, pero aún así un mito.

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AFP

Mont Ventoux es una montaña aparte, uno de los «gigantes» menos escalados del Tour, pero el calor, el viento y su paisaje lunar lo han convertido en un mito a la altura del Tourmalet, del Galibier y del Alpe d'Huez.

«El Ventoux es como los Campos Elíseos para los escaladores. L'Alpe d'Huez es un espectáculo, pero el Ventoux es ¡wouaw! Al llegar a la cumbre, hayas ganado o no, uno tiene la sensación de haber logrado algo importante», explica Richard Virenque, el último francés que se impuso en su cima en 2002, en una subida que tuvo cierto aire de redención, un año después del final de su suspensión por dopaje.

Desde su primera ascensión en 1951, el Ventoux solo se ha subido 14 veces, ocho de ellas como fin de etapa. No es ni los Alpes ni los Pirineos, es solo un puerto, pero «el gigante de la Provenza» o «Monte Calvo» ya forma parte de la leyenda.

«Incluso cuando vas en coche y pasas por allí cerca, se ve como algo extraño, primero de color verde y luego una cumbre pelada. La subida es alucinante: una primera parte normal, con bosque, difícil al principio, luego llegamos al Chalet Reynard, y de repente ya no hay más vegetación, solo piedras y ves una gran antena a lo lejos», describe Jean-François Bernard, ganador en la cumbre en el año 1987 en una contrarreloj memorable. «Es un paisaje lunar, aunque en el Tour haya muchas personas. Pero lo único que tú ves es esa antena inmóvil, y sabemos que la llegada está justo debajo. Lo mejor es no levantar demasiado la cabeza», añade Bernard.

En sus 20 kilómetros de ascensión se han vivido algunos de los episodios más dramáticos de la historia del Tour, como la muerte del inglés Tom Simpson en 1967, cuando el calor provenzal, combinado con las anfetaminas detectadas en el organismo del ciclista, se convirtieron en una mezcla fatal. Otros han experimentado desfallecimientos, como John Malléjac, víctima de una insolación en 1955. Y algunas escenas han quedado grabadas en la memoria de los aficionados, como la del año 2000, cuando Armstrong cedió la victoria a Pantani tras un impresionante mano a mano entre los dos últimos ganadores del Tour.

«A menudo hace mucho, mucho calor, y se produce una reverberación que sube desde el alquitrán de la carretera. Se respira un aire que te asfixia, y no encuentras nada que te refresque», rememora Bernard Thevenet, que ganó allí en 1972.

«Además, siempre se llega hasta el pie del puerto desde el llano, con grandes desarrollos, a 50 km/h, para encontrarse de repente con un muro que te obliga a bajarlo. Y eso, el organismo tiene que encajarlo -señala-. Y después está el famoso viento, a menudo de cara, en los últimos kilómetros. Si vas solo, te planteas un montón de preguntas«, comenta sonriendo el doble vencedor del Tour.

Todos los escaladores quieren probarse en ese ambiente hostil. Hasta los ciclistas aficionados lo han convertido en una especie de campo de pruebas, estableciendo un récord de ¡11 ascensiones consecutivas en 24 horas!

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