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Jesus Valencia | Educador social

La reconciliación es otra cosa

Al preso le asiste el derecho y la obligación de eludir la cárcel de la forma que sea. Nadie tiene autoridad moral para hurgar en sus motivos que, por otro lado, son obvios

España y sus acólitos locales se proclaman deidad agraviada e intentan delimitar la sutil divisoria entre el bien y el mal. Encarnan el primero quienes se atribuyen el poder de conceder perdones; y el segundo, quienes son urgidos para que los soliciten: la vía Nanclares. Creen gozar aquellos de un poder omnímodo que se extiende hasta lo más recóndito del ser humano: la conciencia. A los otros -seres ruines- no les resta más opción que arrastrar sus culpas y cumplir las penas que les sean impuestas. Los primeros se constituyen en fiadores de vidas ajenas; los otros quedan a merced de quien puede concederles o negarles el perdón.

Las relaciones humanas se resienten con facilidad y muchos conflictos degeneran en agresiones; cada parte suele considerar a la otra causante e iniciadora de los agravios. Es entonces (y no siempre) cuando las personas afectadas por el desgarro pudieran experimentar el deseo de la restauración; o, al menos, de iniciar una vida diferente sin rencores ni deseos de venganza.

Todos hemos experimentado en algún momento de nuestra vida la crudeza del conflicto y el bálsamo de la reconciliación. Los caminos de reencuentro suelen ser muchos. Expresados unas veces con palabras y otras con gestos que insinúan el deseo de una convivencia saneada. Nada de esto tiene que ver con el «andurrial Nanclares». ¿Sirve de algo el arrepentimiento forzado que plantea? No y mil veces no; lo que debiera de ser un ejercicio de liberación se convierte en humillación. Y ¿si el converso no tuviera las intenciones que dice tener? Es la preocupación propia de sus secuestradores.

Al preso le asiste el derecho y la obligación de eludir la cárcel de la forma que sea. Nadie tiene autoridad moral para hurgar en sus motivos que, por otro lado, son obvios. Las monsergas sobre el desagravio a las víctimas (¿quiénes son las víctimas y quiénes los victimarios?) nada tienen que ver con el perdón mutuo entendido como reencuentro. Quien instrumentaliza el perdón convirtiéndolo en rito de humillación, lo adultera. Buscan clavar una pica en la cerviz del arrepentido para que se sienta derrotado y se arrastre a los pies del vencedor; que olvide su identidad militante y asuma la de fracasado. Políticos corruptos y trepas osan señalar a generosos activistas el camino a seguir si quieren regenerarse ¡Qué disparate! Quienes no se arrepienten, cargarán cadenas. Y quienes lo hacen, también. Si alguien elige el vericueto Nanclares que renuncie a toda esperanza. Entra en un laberinto sin salida donde gentes vengativas incrementarán las exigencias hasta el infinito antes de concederle el perdón que les demanda.

La «vía Nanclares» goza de mucha prensa y poco futuro (cada vez menos). Semejante andurrial no lleva a ningún lado. El tiempo nuevo llegará si cada cual se reafirma en su identidad y, además, reconoce honestamente las acciones u omisiones que carga a sus espaldas. Una parte de los protagonistas ya ha dado pasos en esta dirección. A quienes nos siguen agrediendo de mil formas se les espera, pero no demuestran la menor intención de aparecer.

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