El Ejército egipcio ha pisado el acelerador represivo y la Policía y grupos de matones atacaron ayer uno de los campamentos permanentes en El Cairo de los Hermanos Musulmanes, quienes respondieron con la convocatoria de nuevas marchas. Su empeño en restituir lo que dictaminaron las urnas está creando contradicciones en algunos grupos que apoyaron el golpe de Estado, desde los salafistas a organizaciones de izquierda, a quienes cada vez les resulta más insostenible su posición. Del mismo modo, la crudeza de la represión está poniendo en evidencia ciertos discursos que desde occidente se negaban a calificar al golpe de estado por su nombre y apelaban a una inverosimil legitimidad otorgada por las movilizaciones que precedieron a la asonada. No son menores las muestras de descontento de quienes defienden el regreso de Morsi, pero la virulencia de la respuesta que reciben sí es mucho mayor. La realidad es tozuda y, más allá de operaciones de márketing, los Hermanos Musulmanes están dispuestos a hacer todo lo que esté en su mano, y sea cual sea el coste, para que emerja en un país que sigue demasiado condicionado por intereses ajenos a los de sus habitantes.