Xabier Silveira | Bertsolaria
Guerra, muerte y vida
¡Dale! Que tiene pinta de ser el dueño del kebab, también nos vale. Sable contra fusil. Hoy nos hablan de petróleo, ayer de diamantes y de marfil, cuando todo se reduce a capricho del sionista israelí
Parece ser que nos hallamos a las puertas de una nueva entrega, una nueva temporada de la teleserie «Guerra». Personajes reales con guión de no ficción con una base sólida: la mentira. Cualquier cosa dirá Bushama (¿desde cuándo es negro Bin Laden?) y, sea cual sea la sandez que diga, se concebirá esta como razón suficiente para matar enemigos en nombre de la paz en Medio Oriente y en el mundo. Ese mundo en el que manda el país en el que un negro jamás será presidente; ese país en el que ponen a un negro con traje haciéndose pasar por jefe, por sheriff, mientras recibe órdenes directas de Tel Aviv. Y nosotros, cómo no, mirando a la uña del dedo que señala la luna.
Todo indica a que -y las páginas más populares de descargas gratuitas así lo anuncian ya- Siria será el escenario elegido por los creadores de la saga que arrasa con todo hace ya décadas de gente. Y al no variar el tradicional argumento en pasadas ediciones, se espera que continúe igual en esta, por lo que se prometen -en las ya mentadas páginas- doce capítulos de muerte.
Muerte. Qué extraña es la muerte. La mayoría de la gente que algún día fue, es y será noticia lo es cuando muere. Pudiera decirse que para muchos fue, es o será su único momento de gloria, su único golpe de suerte. La gente muere, muere y muere, ya sea aquí, allí o donde fuere, y al resto del mundo no parece o no suele parecer que le importe. Es que como si cuanto más al norte, menos duele. Como si nada importara hasta que sale en la tele. Y una vez que ya sale, entonces all for sale, si es musulmán el malo. ¡Dale! Que tiene pinta de ser el dueño del kebab, también nos vale. Sable contra fusil. Hoy nos hablan de petróleo, ayer de diamantes y de marfil, cuando todo se reduce a capricho del sionista israelí.
Pero aunque sea ella la muerte, no solo la Torá mata. La enorme pena que asola Europa al tener conciencia de que son laboratorios y no fundiciones quienes arman a las tropas es de tal ingente hipocresía que también puede hacerte estirar la pata.
En la tan civilizada Europa a la que nosotros pertenecemos aunque cada vez más de lejos, todo lo sabemos en lo tocante a democracia y por ende derechos. Derechos como los humanos, esos que lo son hasta que llegan los gitanos, esos que son tan básicos hasta que les toca a los vascos; esos derechos universales y sagrados que desaparecen cuando somos maricones en un bar y nos da por besarnos; cuando dos mujeres queremos embarazarnos. ¡Qué pena nos dan los sirios y qué asco nuestros vecinos! Nosotros mismos. Nos escandaliza un ataque químico y hay en nuestros pueblos más farmacias que tiendas que vendan papel higiénico. La verdura que comemos, las carnes que nos metemos... Lo extraño es que no nos sintamos enfermos. Lo que no conlleva que no enfermemos. Si somos lo que comemos, ¿qué seremos sino memos? ¿Menos aún?