Carlos GIL

Esta propuesta se enmarca en un proyecto de largo alcance. Unos talleres de investigación, llevados a cabo a lo largo de meses anteriores, que se logran coagular en un espectáculo. Ese origen es lo que la convierte en una “experiencia teatral”, como reza en los programas de mano y como realmente se debe considerar, ya que encontramos varias circunstancias que nos ayudan a poderlo así entender y calificar.

Andrés Lima hace de presentador de pista, pero a la vez actúa de director, incluso podríamos decir que de demiurgo. Manda salir, entrar, subir o bajar artistas, músicas o focos. En los momentos corales sigue incitando a que los intérpretes sientan o se muevan de una cierta manera. Pero a la vez toda la experiencia está atravesado por unos textos, unas tramas, unas ideas, unas situaciones que se van montando y desmontando, porque prevalece, esa sensación de ejercicio de estudio bien ordenado, elevado a categoría de espectáculo.

Esa sensación de transmitir verdad, espontaneidad es su fuerte, pero como se acerca a asuntos de gran calado, la tortura, la desintegración familiar, un supuesto fin del mundo, la conjunción de formas y contenidos, en la representación presenciada, no se produjo con la fluidez necesaria, por lo que quedaba todo excesivamente despegado, como a trozos, y los mensajes, las buenísimas intenciones que se presentían se quedaban en ocasiones desmembradas, sin continuidad, sin capacidad de intervención, perdidas en el alboroto.

Es un espectáculo de teatro en forma de circo, de mucha teatralidad, en ocasiones perfectamente canalizada y otras muy desperdigadas las energías. Un reparto extenso,  con actores conocidos, pero que juntos no tienen espacio para que muestren sus capacidades con eficacia. Hay momentos brillantes, algunos actores destacan en sus escenas por su rotundidad, Alba Sarraute, Edu Soto, Silvia Marsó es una presencia siempre eficaz; Luis Bermejo y Aitana Sánchez-Gijón en el territorio más naturalistas. Se trata de un buen espectáculo. Una brisa fresca.