Mikel INSAUSTI

Con cuatro años de retraso, pero por fin se estrena en alguna que otra sala «Un hombre solitario». Y hubiera sido una pena perdérsela, porque contiene la mejor interpretación en la carrera del ya veterano actor Michael Douglas, que siempre estuvo a la sombra de su padre. Se quita ese peso de encima en una película que ha sido pensada para su lucimiento, encarnando a un personaje que tiene muchos rasgos autobiográficos suyos, porque ha querido volcar en él parte de sí mismo, como si le sirviera de terapia o confesión.

Da vida a un hombre maduro al que le diagnostican una grave lesión cardiaca, y, en lugar de someterse a tratamiento o cuidarse, decide forzar la máquina y comportarse como si estuviera atravesando por una segunda juventud. Su actitud desenfrenada le complica la existencia, afectando tanto a su vida profesional como a la personal. De la noche a la mañana pierde su buena reputación de años como vendedor de coches, a la vez que en su entorno familiar y de amistad comienzan a alejarse de él por culpa de su compulsiva promiscuidad sexual, llegando a acostarse con su propia hijastra.

En los títulos de crédito iniciales suena la oscura versión que Johnny Cash hizo del clásico de Neil Diamond «Solitary Man», pero el posterior desarrollo no sigue por cauces tan dramáticos y sobrecogedores, sino que apunta más hacia la comedia. El protagonista es en todo momento consciente del patetismo de su situación, así que prefiere tomárselo con ironía y a la ligera. No le importa hacer el ridículo, peleándose con jóvenes universitarios cuando visita el campus, o ponerse a trabajar de mozo en la hamburguesería de un viejo amigo interpretado por Danny DeVito.

«Un hombre solitario» es el segundo largometraje como realizadores de los guionistas Brian Koppelman y David Levien, habituales colaboradores de Steven Soderbergh, quien les produce la película. También han escrito el guión de «Runner Runner», actualmente en cartelera, ya que siempre se han interesado por el mundo del juego como escenario de ficción, aunque con desigual suerte, nunca mejor dicho.