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CRíTICA: «Capitán Phillips»

Víctimas civiles de una guerra por el control marítimo

Mikel INSAUSTI

Las suspicacias ante «Capitán Phillips» provenían del hecho de que la película está basada en el libro autobiográfico del capitán de la marina mercante Richard Phillips, donde éste relata su secuestro a manos de piratas somalíes. Se podía pensar que Hollywood iba a hacer predominar el punto de vista victimatorio yanqui sobre cualquier otro, pero estando la dirección en manos del inglés Paul Greengrass toda posible tendencia patriotera queda descartada ya de entrada. A objetividad no le gana nadie, tampoco una Kathryn Bigelow que se ha visto expuesta a polémicas cruzadas con «En tierra hostil» y «La noche más oscura». Greengrass hila más fino desde el mismo prólogo, en que el marino y su esposa conversan, camino del aeropuerto, sobre la crítica situación global con la sombra del 11-S muy presente.

Una vez en alta mar, nada más producirse el primer contacto personal entre el protagonista y su oponente, ambos son observados de igual a igual como capitanes. El posterior desarrollo dramático les irá equiparando todavía más en cuanto víctimas civiles de una guerra por el control marítimo. En todo momento se tiene la sensación de que el carguero Maersk Alabama y su tripulación están sirviendo de cebo, de carnaza para los desesperados pescadores somalíes reconvertidos en piratas poco menos que suicidas. El pretexto de que el transporte con destino a la vecina Mombasa lleve, entre otras cosas, alimentos o ayuda humanitaria, nunca termina de valer como justificación. Por encima de la doble moral se impone la presencia estratégica armada de la U.S. Navy en el cuerno de África.

En función de esa dialéctica homogeneizadora, Tom Hanks da una lección de humildad, dejando lucimientos estelares a un lado, para ponerse a la altura del desconocido actor africano Barkhad Abdi, quien por su parte da una impactante réplica que le podría llevar incluso camino de la nominación al Óscar. Ambos se ponen al servicio del estilo documental de Greengrass, cuya mayor fuerza reside en la fotografía realista de Barry Ackroyd, antiguo y casi indispensable colaborador de Ken Loach.

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