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Aritz Intxusta Periodista

Lo trascendente es la hostia

En mi anterior Txokotik hice referencia a un artículo que firmaba Chon Latienda en el que llamaba a Barcina «intrascendente». Hoy me desayuno que la han expedientado por decir su opinión. Se conoce que la presidenta navarra es trascendente y decir lo contrario debe de ser enaltecimiento o yo que sé. Desde un punto de vista religioso, el cuerpo es lo trascendente y el alma lo intrascendente. Y llevo la conversación a los terrenos de la superstición o la fe (en mi esquema mental, sinónimos), porque quiero hablar del hostión que ha pegado el Opus encima de la mesa rompiendo el acuerdo de compra de Donapea. Técnicamente, la hostia es un circulito de pan ácimo hasta que lo coge un cura lo levanta sobre el presbiterio y le mete a Dios dentro, convirtiéndolo en carne. Se llama transustanciación, aunque otros le llamen magia, paripé o versión descafeinada de una ceremonia caníbal. ¿Porque, ya me dirán ustedes, de dónde demonios viene esa tradición de comerse a Dios? ¿Cuál es el terrible abuelo de la aburrida misa actual?

En Nafarroa todo es relativamente intrascendente, como Barcina, hasta que llega el Opus y lo toca. Barcina sobrevivía paupérrimamente como ariete del nacionalismo mientras llevaba cosas intrascendentes, como la sanidad de los inmigrantes, el medicamentazo, los recortes a la educación pública o los propios presupuestos. Pero ahora ha fracasado en un asunto trascendente, perjudicando a la Obra. El semblante lastimero de Sánchez de Muniáin cuando avanzaba que el PSIS para vender al Opus el centro Donapea estaba herido de muerte invitaba a darle un par de monedas. Ayer, el Parlamento bullía de llamadas a los representantes de UPN. La casta de empresarios fachones querían su explicación. Supongo que pensaban que si Barcina no es capaz de dar al Opus lo que es del Opus, ¿para qué demonios les sirve tenerla de César?

No soy tan inocente como para pensar que Donapea se ha salvado, porque el PSN, como Esaú, vendería su primogenitura por un plato de lentejas de Corella. Pero este hostión deja a la burgalesa en manos de la Inquisición interna.

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