Maite Soroa | msoroa@gara.net
El otoņo se instala en las filas del PP
No es la primera vez que las dos almas del PP, la superfacha y la ultrafacha -porque no se engañen, lo que les enfrenta es la lucha por el poder- se ponen de morros, y en esta ocasión ha sido a cuenta de las últimas declaraciones de José María Aznar, que está intentando vender su libro. Precisamente, al expresidente del bigotillo extraviado le dedicaba ayer David Gistau su columna en «Abc». En ella, señalaba que «la coincidencia de una mayoría histórica y de una corriente interna de tristeza y frustración convierte al PP actual en una excentricidad». Sí es cierto que algunos personajes de ese partido parecen bastante excéntricos, pero servidora lo achacaba al propio carácter de la derechona tardofranquista. Y resulta que andan deprimidos. El plumilla de Vocento lo cuenta así: «existe, por tanto, una melancolía en la victoria que, en el caso del PP, ha terminado por cuajar una versión del sebastianismo alrededor de un hombre vivo, Aznar». ¿Melancolía? A ver si lo que les pasa es que están en pleno síndrome otoñal... Una también se pone mustia cuando cambian la hora y anochece a las seis. Aunque va a ser otra cosa lo que les pasa a los aznaristas. ¿El qué? Gistau nos lo cuenta: «Evidentemente, no es el triunfo lo que añoran de él, puesto que Rajoy lo ha obtenido. Es más bien un sentido de pertenencia moral, un discurso reconocible, a veces emocionalmente primario, que estorba como un recordatorio doctrinal a esos intérpretes más flexibles que consideran, por ejemplo, que el futuro se construye presumiendo de colegueo con una peluquera batasuna». Si servidora no está muy equivocada, eso ha sido una puñalada al alcalde de Gasteiz, que ahora tendrá que cortarse el pelo en Araka.
Y ya que todo esto viene de la presentación de un libro, el columnista demuestra que lo ha ojeado afirmando, sobre los párrafos en los que habla del 11M, que «leídos los extractos, se diría que esos pasajes de las memorias forman parte del desahogo terapeútico de quien aún pediría, no ya ser comprendido, pero sí liberado de las culpas de otros que le fueron transferidas en un zafarrancho electoral en el que todo valía». Podrá perdonar el señor Gistau, pero al mosquetero de las Azores no le transfirieron nada, las culpas se las ganó a pulso. Y si está atormentado, que vaya al sicólogo.