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Gara > Idatzia > Iritzia > Kolaborazioak 2006-03-30
Jesús Garisoain (*)
San Miguel de Aralar

Plantear ciertas cosas, criticar otras, cuestionar conductas, actitudes políticas, sociales o culturales goza de mala prensa. Si además, lo que pretendes trasladar a la ciudadanía no tiene tirón, es decir, se ha reducido a un interés minoritario, la cosa se complica más. Pero además, si incluso lo evidente es de difícil denuncia por falta de credibilidad y porque el destinatario de tus críticas, en este caso la administración, no presta la más mínima delicadez de escucharte, entonces, apaga y vámonos. No obstante no me resisto a exponer lo que me trae a estas páginas, que nos es otra cuestión que hablar de San Miguel de Aralar, del santuario, del retablo, de montaña, de montañeros y montañeras, de una pasión, de una manera de entender el monte y esa actividad, de cómo esta administración, su departamento de Cultura o quien esté al frente de la política cutural-turística, han sucumbido a una manera de plantear y hacer las cosas alejadas del sentir popular, de la tradición.

Si hay algún lugar cargado de magia y de nostalgia para quienes amamos las montañas que nos rodean, ése es San Miguel de Aralar, su santuario y lo que representa. Porque es algo más que un monte. Pero tampoco es cuestión de hacer apología de la melancolía. Me limitaré a expresar mi profundo malestar por el maltrato que ese espacio y lo que contiene está padeciendo en los últimos años. Porque de ser un lugar donde, después de una caminata, de una andada o, simplemente después de una subida con coche, se podía encontrar la calidez de un refugio de montaña, con todo lo que ello conlleva para quienes amamos las montañas, hoy encontramos un espacio neoturístico absolutamente descafeinado, desvirgado de su potencial carácter reparador. Nada se encuentra en la actualidad que incite a la serenidad ni a la estancia agradable. Donde, desde hace años, hubo un refugio que tenía efectos balsámicos, y además gratuitos, hoy se ubica un restaurante despersonalizado que ha desvirgado la magia que el lugar nos proporcionó durante años. Pero más aún, quienes todavía subimos a San Miguel, ya no encontramos un lugar libre donde poder ubicarnos, dejar las botas, comer un bocata o descansar al margen de ese espacio. Todo ha cambiado porque la vida es así y porque alguien, pese a negarlo, está haciendo su particular negocio. Y de esto algo tendrá que decir, el arzobispado y la administración, responsables de este espacio.

No contentos con esta usurpación de espacio público, quienes son responsables del retablo más famoso que tenemos en Navarra, el retablo de San Miguel de Aralar, han decidido exponerlo en una macroexposición de dudosa objetividad científico-histórica. Y esto con el rechazo de la vecindad y de la mayoría de los ayuntamientos de la zona. Lo que me preocupa de esto es esta tendencia de exponer las riquezas artísticas fuera de su lugar de origen, que ello se convierta en una práctica que acabe con todos los lugares de interés, las obras que los definen y los espacios que los rodean. Lo que me preocupa es que, después del expolio territorial a que se ha sometido al Santuario, a las obras y redefiniciones que está padeciendo el lugar, convertido en un lugar mercantilizado de peregrinación turística; su retablo, la reliquia que lo define y le da entidad, acabe en otro lugar con pretensiones absolutamente mercantilistas revestidas de acerbo cultural. No olvidemos que su lugar natural de estancia y reposo es el que se eligió para poder ser contemplado desde 1185, el santuario de San Miguel de Aralar.

Usted señor consejero de Cultura o usted señor presidente o usted señor Obispo, tendrán algo que decir respecto a esta tendencia, actuaciones y decisiones. Ustedes son parte interesada y tienen responsabilidades. Pueden pensar que esto es cosa de cuatro locos nostálgicos que no han asumido el ritmo de los nuevos tiempos. Que no viven en la realidad imperante. Que esto es pura añoranza. Pero sus planteamientos y decisiones no son más modernas que las mías o las de miles de aficionados a subir montes, que en estas tierras son legión, y cuyas preocupaciones son sistemáticamente desatendidas por una administración autoextasiada de logros medioambientales pero que en realidad descuida ­y mucho­ lo que dice preservar. Este es sólo un ejemplo. Podría citar más: cañadas desatendidas, senderos de pequeño y gran recorrido descuidados, espacios protegidos a falta de una auténtica protección. En fin. Sólo les pido, en mi nombre y en el de los miles de aficionados a la montaña en esta Comunidad que revisen sus actuaciones en este sentido, que San Miguel, su rentable vuelva con todas las garantías a su lugar de origen y que ese espacio, durante años, referencia de los amantes de la montaña y de, por qué no decirlo también, tantos creyentes de la imagen más venerada de Navarra, no sea demolido por intereses turísticos, urbanísticos o económicos de dudosa reputación. -

(*) Delegado de Montaña de la SCDR Anaitasuna


 
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